jueves, 31 de enero de 2013

La vejez: algunas visiones cinematográficas



Las realidades sociales son cambiantes con el tiempo. La frase "respeta estas canas" alguna vez tuvo validez; se vio lógico en cierto momento asociar la sabiduría a la vejez. Hasta el humor ayudaba con eso: "más sabe el diablo por viejo que por diablo". De manera que la vejez no solo era aceptada sino que, además, era respetada y admitida como una etapa de la vida en la que los activos principales eran la sabiduría y la tranquilidad de espíritu, que contrastaban con la impetuosidad (y, a veces, imprudencia) de los arrestos juveniles.

Si me apuraran a dar una característica que definiera nuestro tiempo, creo que el adjetivo más apropiado sería crematístico, y si la palabra le fuera extraña a algún lector, me apresuro a mostrarle la entrada que da el diccionario: "Del dinero o relativo a él". Sí, ciertamente esta es una época crematística, no de otra manera puede uno explicarse cómo el ministro de finanzas japonés Taro Aso dé unas declaraciones  en las que enlaza la vejez a una carga financiera para el estado y, además, insta a los viejos a morirse rápido para que ayuden a solucionar esta situación.

Más allá de las reflexiones que produce esta actitud acerca de la solidez ética de los funcionarios públicos de cualquier parte del mundo, la misma recalca el valor del dinero como el activo fundamental de nuestra época. "Poderoso caballero es Don Dinero", satirizó Francisco de Quevedo en el siglo XVII, pero no podía imaginar la magnitud por la que se multiplicaría su ingeniosa frase cuatrocientos años después. Poder... poder absoluto del dinero, que convierte todo discurso acerca de valores en un acto vano, de toda vanidad, a menos que admita que la palabra valor apunta a moneda y solo a eso. ¿Qué conversación actual no desemboca en los costos de este u otro objeto o en las ganancias (honestas o no, eso no importa) de tal o cual personaje? ¿Cómo pueden tener alguna preponderancia palabras como amor, honestidad, respeto, vida, entrega, convivencia, sencillez... si ninguna de ellas da un criterio para calcular su peso en oro?

¿Producen dinero los viejos? La respuesta es: no; al contrario: hay que pagarles una pensión, hay (habría) que pensar en instituciones ad hoc para tener resguardados a aquellos cuyos familiares ya no los alojan, de manera que no sean un feo espectáculo en las calles. En la triste lógica capitalista de personajes como Taro Aso, los ancianos son consumidores del dinero de los que producen, ergo harían un favor desapareciendo. (Al margen: Aso es un hombre mayor de 70 años. Se le debe reconocer, al menos, coherencia en su discurso pues afirmó que de encontrarse en estado terminal rechazaría ayuda del estado para prolongar su vida. Solo que una cosa es afirmar actitudes acerca de uno mismo y otra tener la entereza de cumplir la promesa a cabalidad. Como sea que fuere, no deseo para Aso ni para nadie una muerte infeliz.) Advierto que no voy a caer en una defensa de la vejez aduciendo que alguna vez fueron productivos: sería usar la misma lógica capitalista. En todo caso, prefiero contraponer la palabra valor en términos estrictamente humanos con la misma palabra en términos estrictamente crematísticos.

Me vienen a la mente las reflexiones anteriores porque he tenido en estos días la oportunidad de ver varias películas que tocan el tema de la vejez, el cual (por cierto) no es nada nuevo en el cine. Como es de esperar, toda esta visión monetaria de la vida ha conducido a un desprecio por la vejez, reconocible -como suele suceder- en el lenguaje: nos molesta tanto que ni siquiera podemos referirnos a ella por su nombre y tenemos que apelar a eufemismos como tercera edad, detestable manera de "suavizar" una idea que no era dura en absoluto, sino que fue endurecida por nuestras propias restricciones mentales. (El tema de los eufemismos asociados a la vejez lo toqué anteriormente en este blog en el comentario a La vida empieza hoy... los invito a releer.)

Tal desprecio es aprovechado por los infaltables mercaderes y su manifestación más palpable es la popularidad que nuestra época ha hecho adquirir a la cirugía plástica, actividad médica pensada en su origen como una manera de resolver problemas de apariencia para personas que, por una u otra razón, hubieran sufrido deformaciones. En la actualidad no es más que un mercado persa al cual acuden hombres y mujeres por igual, en búsqueda de negar al tiempo la posibilidad que tiene de marcar las actitudes de nuestra vida. Porque los cambios físicos, admitidos como consecuencia del paso del tiempo, nos marcan simultáneamente los grados de avance de nuestra madurez emocional e intelectual. Sin embargo, abundan en este aspecto actitudes que, muy a mi pesar, concibo como deformidades morales, entendiendo esta palabra en el sentido de calificación de las costumbres sociales. ¿Qué sentido tiene -independientemente de lo crematístico- que una joven pida como regalo de 15 años una operación de lolas (ridículo eufemismo venezolano para nombrar lo que el diccionario define como tetas)? ¿Cómo es posible que algunas figuras públicas (y otras no tan públicas) hayan deformado su apariencia al punto de parecer momias andantes, creyendo además que engañan (¿a quién: al tiempo, al entorno?) mostrando una apariencia juvenil, cuando en realidad caminan con su propio retrato de Dorian Grey al lado, perfectamente visible?


En el año 2010, Johnathan Nossiter escribió y filmó Rio Sex Comedy, una divertida comedia que, entre otras cosas, nos muestra las miserias y los esplendores de la contradictoria Río de Janeiro. Protagoniza -entre otros- Charlotte Rampling, la misma que nos estremeció con Portero de Noche de Liliana Cavani, en aquel 1973; hoy, casi cuarenta años después, es la protagonista ideal de una película en la que lejos de actuar, disfruta haciendo un permanente guiño de sensualidad a la cámara, acompañado de una risa fácil y contagiosa por lo espontánea. A Rampling se le nota el paso de estos cuarenta años, pero con tal dignidad -sin presencia de innumerables puntos de sutura- que termina siendo la selección ideal para personificar a una famosa cirujana plástica, portadora para sus posibles pacientes (¿o clientes, en este caso?) del mensaje de aceptación personal, que haga improbable la ejecución de inútiles operaciones realizadas por simple vanidad.

A la cuarentona que plantea unos retoques, porque ella es la única de su grupo que no se ha practicado ninguno de estos procedimientos, le pregunta cómo sabe que puede disfrutar de su edad, si no la admite. (Los antiarjonistas apuntarán sus fusiles sobre mí, pero me recordó aquello de "no le quite años a su vida, póngale vida a sus años, que es mejor".)

A la mujer casada cuyo marido le pide una reestructuración de la nariz, Charlotte (personaje y actriz comparten el mismo nombre) le brinda una sesión de carcajadas, como modo de ridiculizar la pretensión de cambiar lo accesorio luego de que admitiste lo esencial. Al colega que -luego de admirar y reconocer su serena belleza madura- convierte el galanteo en una ridícula sesión de mercadeo, lo rechaza sin mostrar contrariedad.

El planteamiento de Rio Sex Comedy va más allá de las reflexiones sobre el paso de la edad y sus consecuencias, pero la actuación de Charlotte Rampling es tan fresca y natural que se torna potente y copa la escena, lo que la hace magnífica para el tratamiento del tema que nos ocupa en este entrada.

Más acorde con una visión comercial, Hollywood nos entrega de las manos de John Madden -el mismo director de Proof , comentada en este mismo blog, en la que Anthony Hopkins personifica a un brillante matemático aquejado de Alzheimer-  uno de esos productos edulcorados realizados para quedar bien con todo el mundo. Se trata de El mejor y exótico Hotel Marigold (The best exotic Marigold Hotel), cinta irregular que describe las peripecias de un grupo de ancianos norteamericanos que viaja a la India a disfrutar su jubilación en un hotel cuya publicidad lo ofrece como un paraíso de belleza y esplendor. Muy pronto comprenderán que el poder de seducción de la publicidad tiene matices de crueldad, al contrastar con la verdadera realidad de sus ofertas. Sin embargo -después de todo son norteamericanos- salvo alguna excepción que el público aprendió a detestar desde el principio, se propondrán cambiar su situación para bien, consiguiendo esas importantes transformaciones, sociales e individuales, que solo los corazones norteamericanos pueden conseguir únicamente sobre la base de su voluntad. Con todo, la primera parte de la película podría recomendarse dadas las intensas actuaciones (destacan Judi Dench y Maggie Smith) y el tema interracial, planteado de manera inteligente; el final de la película es un camión de melaza.

Cambiando la vista del norte hacia nuestra mano derecha, podemos parar en Italia y ver que su cine todavía nos da buenas sorpresas; Gianni Di Gregorio nos entrega dos muy buenos productos, ambos alrdedor del tema de la vejez. En 2008 y 2010 dirigió y protagonizó respectivamente Vacaciones de Ferragosto (Pranzo di Ferragosto) y Gianni y sus mujeres (Gianni e le donne, The salt of life); en ambos filmes Di Gregorio personifica a un jubilado cuyo tiempo -como el de todos los jubilados- es una tira de goma de la que cualquier allegado pretende un pedazo para estirar hacia él.

En Vacaciones de Ferragosto a Gianni se le encarga, bajo ciertas formas no muy sutiles de soborno, el cuidado de cuatro ancianas de personalidades muy particulares y muy dispares, lo que hace extremadamente cómicos -a veces tragicómicos- los intentos de Gianni por armonizarlas, atendiendo a esa compleja característica de la vejez que combina conductas infantiles con una conciencia que alguna vez fue madura, y reclama ahora el espacio de esa madurez. Gianni y sus mujeres, por otra parte, muestra que para un hombre maduro no hay peor compañía que otro colega igualmente maduro, pero fanfarrón de virtudes no poseídas; la película muestra, con sutileza e inteligencia, que a partir de cierta edad el varón comienza a percibir la belleza femenina con más frecuencia que en sus años mozos, desarrollando con ello una sensualidad visual que tiene intensos toques de delicadeza. Al mismo tiempo, el enamoradizo personaje es presionado constantemente por su anciana madre en reclamos tan intrascendentes como exasperantes. Recomiendo ambas películas sin reservas.

Ahora voy más al norte: a Francia, con uno de esos cineastas cuya valoración se me hace difícil, aunque admito que tal dificultad proviene más de una limitación personal que de otra cosa; me refiero a Michael Haneke, el mismo de la exasperante Escondido (Caché) y la terrible Juegos divertidos (filmada dos veces distintas por el propio Haneke). Esta vez, en 2012, Haneke nos sorprende con una cinta pasmosa denominada simplemente Amor (Amour) y protagonizada por dos viejos infinitos: Jean-Louis Trintignat y Enmanuelle Riva, apoyados además por Isabelle Hupert. No voy a enntrar en muchos detalles: la cinta toca el tema de eso que hemos dado en llamar calidad de vida, asunto muy asociado con la vejez. Quizás quienes hayan visto Atrapado sin salida de Milos Forman me acusen de spoiler, pero no pude evitar la asociación entre los dos finales de ambas películas; el punto es: ¿hasta dónde el dolor de alguien a quien amo entrañablemente no es mi propio dolor?

Amor ha barrido en buena cantidad de festivales en los que ha participado y nadie va a sentirse sorprendido cuando el 24 de febrero sea llamada a recibir el Óscar a la mejor película extranjera. Falta que Haneke se lleve el trofeo al mejor director, pero debe pasar primero por encima de Spielberg, con su aplaudida Lincoln.

Salvo accidentes o crueldades del destino, la vejez es el último paso de la vida en el camino a la muerte: nadie puede detener la muerte... al menos nadie puede testificar lo contrario. ¿Por qué entonces detener artificialmente la vejez y no permitirse explorar los recovecos de placer que nos pueda dejar su sano ejercicio?