Así que ‒lamentablemente para ella‒ a Sophie Germain le tocó nacer en el seno de una familia típica de clase media, cuyo jefe ‒el padre de Sophie‒ era un banquero que, para colmo de males, podía presumir de una vasta cultura apoyada en una rica y variada biblioteca familiar.
¡Dura decisión! Su primera gran barrera fue la resistencia familiar que llegó a extremos de vejación con encierros en cuartos obscuros, en los que la joven improvisaba peligrosas velas para proveerse de una mínima iluminación que le permitiera estampar sus ideas por variados y primitivos medios, productos de su ingenio y del hambre de reflexión.
Vencida la resistencia familiar, la emprendió contra la resistencia social y usurpando un nombre masculino ‒el de Monsieur Leblanc‒ se matricula fraudulentamente en la Escuela Politécnica (reservada para hombres) y accede, por correspondencia, a matemáticos de la talla de Lagrange y Gauss, quienes se sorprenden de la profundidad de concepto de su interlocutor; sorpresa que se magnifica cuando se enteran de que se trata de una interlocutora.
Por su trabajo en elasticidad, el nombre de Sophie Germain debería figurar en la lista de científicos que muestra orgullosa la Torre Eiffel para agradecer su propia construcción. Pero no es así. Su destino fue con ella tan cruel como el cáncer de mamas que la llevó a la tumba a la prematura edad de 55 años.
(Un artículo algo más extenso con mi propia firma lo pueden conseguir en este enlace.)
Fuste!
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