A Patricia Boero, porque de la conversación a la idea a veces el tramo es infinitamente pequeño.
Contrario a lo que muchos pueden creer, leer es un acto profundo de humildad; los no lectores son tan arrogantes, que creen que pueden interpretar el mundo sin necesidad de mirar puntos de vista distintos a los de ellos. No obstante, vale la pena suavizar el tono: en ocasiones la lectura se ve entorpecida por la pedantería; todavía hay quienes montan sobre ésta o aquella obra literaria el vanidoso título de imprescindible, con lo que producen en quienes aun no han llegado a ellas (y quizás nunca llegarán) un cierto sentido de rara amputación de lo que nunca les perteneció. Razón tenía Borges al recomendar la lectura como un acto puramente hedónico, entendiendo además que no hay libro lo suficientemente infeliz para no dejar algo de valor a cualquier lector que lo aventurare.
El cine y la literatura son dos manifestaciones artísticas que viven en rara simbiosis. Desde la aparición -bastante tardía- de la primera cada una de ellas ha ocupado los espacios de la otra, para ganar tanto joyas de raro y enfático deslumbre como tristezas que el olvido acoge con prontitud. Necesitados del ejercicio crítico -necedad impuesta por la misma élite calificadora de imprescindibilidad- solemos juzgar comparativamente calidad de película y libro, inútil labor que olvida las distintas naturalezas de ambas formas de hacer arte y confunde la totalidad de la obra con uno solo de sus aspectos: el argumento. Julio Bolívar calificó ante mí esta actitud como discusión de chivos y la explicación de tan cómica denominación la da mi lamentable caricatura a la derecha. (Caricatura fabricada -como corresponde a un pésimo dibujante- con retazos seleccionados en la red.)
En el reconocimiento de esta simbiosis, cine y literatura se han aventurado a alusiones mutuas, unas veces en el tono desesperado de la defensa ante el oscurantismo y otras en el más conciliador de la simple y llana invitación. En el de esta última se sitúa la película a la que quiero hacer referencia en esta entrada: 84 Charing Cross Road, cinta del año 1987 dirigida por David Hugh Jones y actuada magistralmente por Anne Bancroft y Anthony Hopkins. (En la ficha de IMDB aparece como nombre en español La última carta.) También está en el reparto Judi Dench, pero su papel la reduce lo suficiente para no hacernos sentir la fuerza interpretativa a la que nos ha tenido acostumbrados desde hace tantos años. (Como dato curioso anotamos que Bancroft está en la película como regalo de 21 aniversario de bodas de su marido, el productor de la misma, Mel Brooks. Mel también produjo El hombre elefante de David Lynch, en la que Hopkins y Bancroft también comparten roles. Parece que a Brooks le gusta ver a su esposa en papeles amables, de cierta ternura, alejados de la sensual -pero magistral- brutalidad que Anne mostró en El graduado de Nichols.) Ahora bien, el protagonista principal de la película no es el personaje de Bancroft, la escritora Helen Hanff; ni el de Hopkins, el librero inglés Frank Doel; sino el amor a los libros que ambos personajes profesan.
Proveniente de la obra homónima de la misma protagonista, el guión de la película se las ingenia para respetar la estructura epistolar de la novela (o mejor: reseña) de Hanff. Ella y Doel mantuvieron durante veinte años un intercambio de cartas originado en la necesidad de la escritora de tener acceso a raras obras que, o bien estaban en la librería o podían ser conseguidas por el hábil librero. (Por cierto, el librero -como especie- ya entró en la fase de extinción; ahora lo sustituye una fauna oficinesca presta a llevar rápidamente -y sin ninguna emoción- sus fríos dedos a la computadora.) La correspondencia es absolutamente necesaria: ella vive en Nueva York y él en un Londres que intenta sobreponerse a los horrores de la recientemente finalizada segunda guerra mundial, y sobrevivir a las carencias que ésta produjo a sus habitantes. Pero el carteo lleva el signo de cada uno de los corresponsales: las cartas de Hanff están impregnadas de su agitación citadina, de su vivacidad y su vitalidad, así como también de una puntillosidad aritmética que la lleva a reclamos algo ridículos acerca de las sumas adeudadas por concepto de devoluciones; las de Frank corresponden al típico inglés rígido, atildado y algo tímido, cuyo extremo destructivo es el personaje del propio Hopkins en Lo que queda del día.
El continuo ir y venir de letras a través del Atlántico termina revelando la presencia constante de un personaje que nuestros ojos no pueden advertir: el amor a los libros; vínculo clave de la permanencia de la relación Hanff-Doel; vínculo que termina haciendo flotar en el ambiente fílmico la sensación del nacimiento de un amor personal, que nunca conocerá el contacto físico, prohibido por el Océano, obstáculo éste que solo la muerte -en su terrible definitividad- impulsará a ser saltado. 84 Charing Cross Road, novela y película, fueron realizadas en un momento en el que aun no se hablaba (o apenas comenzaba a hablarse) de las amenazas que se cernían sobre el libro como objeto de percepción táctil. Si alguna vez desaparecieran las bibliotecas como las conocemos hoy -para dar paso a fríos cajones de donde se puedan extraer las letras hacia un cómodo dispositivo manual- posiblemente no desaparecerá con ellas la lectura, pero sí el placer -sin duda sensual- con el que disfrutamos los lectores de hoy, cuando nuestras manos abrigan un ejemplar -nuevo o gastado, no importa- cuyo contenido prevemos delicioso. De esa sensualidad -precisamente de esa- está inundada 84 Charing Cross Road.
La directora española Isabel Coixet realizó una adaptación teatral de esta obra de Hanff. Si prejuzgamos a partir de las principales películas de Coixet (La vida secreta de las palabras, Mi vida sin mí y Elegy) debemos pensar que se trata de un producto recomendable.
El continuo ir y venir de letras a través del Atlántico termina revelando la presencia constante de un personaje que nuestros ojos no pueden advertir: el amor a los libros; vínculo clave de la permanencia de la relación Hanff-Doel; vínculo que termina haciendo flotar en el ambiente fílmico la sensación del nacimiento de un amor personal, que nunca conocerá el contacto físico, prohibido por el Océano, obstáculo éste que solo la muerte -en su terrible definitividad- impulsará a ser saltado. 84 Charing Cross Road, novela y película, fueron realizadas en un momento en el que aun no se hablaba (o apenas comenzaba a hablarse) de las amenazas que se cernían sobre el libro como objeto de percepción táctil. Si alguna vez desaparecieran las bibliotecas como las conocemos hoy -para dar paso a fríos cajones de donde se puedan extraer las letras hacia un cómodo dispositivo manual- posiblemente no desaparecerá con ellas la lectura, pero sí el placer -sin duda sensual- con el que disfrutamos los lectores de hoy, cuando nuestras manos abrigan un ejemplar -nuevo o gastado, no importa- cuyo contenido prevemos delicioso. De esa sensualidad -precisamente de esa- está inundada 84 Charing Cross Road.
La directora española Isabel Coixet realizó una adaptación teatral de esta obra de Hanff. Si prejuzgamos a partir de las principales películas de Coixet (La vida secreta de las palabras, Mi vida sin mí y Elegy) debemos pensar que se trata de un producto recomendable.
Douglas, ante todo, mil gracias por haberme dedicado esta nota. Es muy motivante conversar con vos. Después de nuestra charla, tengo pendiente ver la película que se me hace más seductora a partir de lo que escribiste y por serme, como te dije, una experiencia familiar.
ResponderEliminarYa me hice, con gusto, seguidora de tu blog.
También yo disfruto muchísimo de nuestras "conversaciones" (esas donde no nos oímos la voz y solo vemos las letras), pero además de ello -en seguimiento de tu blog- ahora disfruto de tus hermosos versos y tu admiración decidida a mi compatriota Rafael Cadenas.
EliminarCaluroso saludo desde el caluroso Cabudare donde vivo.
Douglas, al igual que con todas las otras fue un placer leer la reseña, tu lenguaje fresco y anecdótico transmiten de manera sencilla lo que en otras partes hacen de manera confusa y lleno de galimatías con el objetivo de mostrar un supuesto dominio de la crítica. Si quisiera que bien tú o algunos de tus lectores me brinden pistas sobre donde poder conseguir muchas de las películas que reseñas. He intentado en el pasillo de la UCV sin éxito, algunas veces me he topado con stands especializados en alguna feria, pero son muy ocasionales por lo cual desearía algún dato que me ayude en ese sentido.
ResponderEliminarSaludos y gracias por acercarnos al buen cine.
Como siempre esta de altos kilates tus criticas. Es tan emocionante y hermoso leer tus análisis critico como ver las peliculas que recomiendas, por cierto este es un filme A1, uno de mis preferidos de la décadas. Una extraña forma de enamorarse y de mantener una verdadera y autentica relación de amor entre un hombre culto y buen lector y una mujer excepcional, en aquellos tiempos cuando no existía ni internet ni los medios tecnológicos de hoy en dia. Tus comentarios motiva a que la gente vea las películas, y eso me parece extraordinario, sobre todo para las nuevas generaciones... Por cierto esa película la vi en 35 mm, con mi padre en una sala de arte y ensayo que el administraba gracias a Fundacultura por allá en los años 80. Me refiero a la sabrosa e intima sala del cine arte Crisser. Un abrazo!
ResponderEliminarPor la referencia paternal, intuyo que el autor de este comentario es Juan Luis Rodríguez. Los amigos que hacen comentarios con la opción olvidan identificarse al final. A lo mejor es un halago: me consideran una especie de Sherlock Holmes.
EliminarPor lo demás, gracias Juan por tu cálida crítica. Cuando uno logra entusiasmar a alguien con lo que escribe, termina uno más entusiasmado aún.
Quise decir: ".. con la opción Anónimo..."
EliminarGracias Douglas, por tu comentario sobre la pelìcula. No la he visto y la voy a buscar para disfrutarla. El amor a los libros en una pelìcula que me conmoviò hasta hacerse inolvidable lo vì en "El nombre de la rosa", con Sean Connery como el monje Guillermo de Basquerville. La escena conmovedora es cuando el mencionado monje se aventura a la biblioteca incendiada a rescatar del fuego algunos libros y, cuando su alumno ya lo dà por muerto, aparece lleno de hollin de humo entre los escombros ardientes, y mientras se encuentran los dos amigos, los libros van cayendo de los bolsillos y pliegues del hàbito. Esa escena es para mì inolvidable.
ResponderEliminarDe nuevo, gracias Douglas.
(Pablo Pèrez)
Sin duda, Pablo. Lo que describes es hermoso. "El nombre de la rosa" es una de esas películas a las que me refiero cuando escribo "...se han aventurado a alusiones mutuas, unas veces en el tono desesperado de la defensa ante el oscurantismo...". Otra de ellas es "Fahrenheit 451" de Truffaut, basada en la obra homónima de Bradbury.
ResponderEliminarGracias por leer y comentar.