El 11 de septiembre de 2001 amanecí, como todos los 11 de septiembre desde 1973, pensando en Chile: en el brutal zarpazo –gestado desde los Estados Unidos– que recibió ese día su institucionalidad y en la enorme cantidad de cadáveres dispersos a lo largo de toda su geografía, producto de la saña que generó el odio acumulado de los militares alzados y de las clases sociales que apoyaban el alzamiento.
A eso de las diez de la mañana (creo), saliendo de una consulta médica, recibo una llamada de mi esposa notificándome que las Torres Gemelas de Nueva York acababan de ser derribadas por aviones suicidas, una después de la otra. Mi primer sentimiento fue de estupor: pensé en la enorme cantidad de vidas inocentes que un acto de esta naturaleza destruye sin piedad alguna. No hay motivación ninguna que pueda justificarlo; el dilema es: barbarie contra justicia... y no hay duda de que barbarie genera barbarie, como lo demostraron los hechos posteriores.
Sin embargo, después del estupor y en el permiso que nos concedemos para razonar ante un choque emocional como éste, consigo que la coincidencia de fechas –aunado al poder comunicacional de un país que ha podido justificar sus mayores atrocidades apelando a este recurso– traería como consecuencia una distorsión de la historia. En efecto, después del 2001 hay muy pocas posibilidades de convencer a las nuevas generaciones de que antes de este 11/09 hubo otro en Chile –gestado por el país que ahora era víctima– en el cual el volumen de asesinatos por lo menos triplicó la cantidad de inocentes que falleció dentro y fuera de las Gemelas en el 2001.
Lo que vino después ya todos lo sabemos. El enorme troglodita (enorme por troglodita, no por tamaño) que habitaba la Casa Blanca separó al mundo –con el maniqueísmo propio de los brutos poderosos– en buenos y malos, asumiendo él la potestad de decidir cuáles eran unos y cuáles los otros. De esta manera, se arrasó con la ya arrasada Afganistan –cuya desgracia retrató magistralmente Marziekh Meshkini en su inolvidable Perros Callejeros– y se destruyó Iraq y todos sus tesoros históricos, a la búsqueda de unas armas químicas que jamás aparecieron.
El cine norteamericano –pieza fundamental de la maquinaria propagandística que ya comentamos– ha sido algo tímido con el trato prestado al atentado en sí. En Fahrenheit 9/11, Michael Moore, con su conocida acuciosidad contrapropagandística, mostró los nexos de negocios existentes entre la familia Bush y Osama Bin Laden, uno de los hombres mas odiados por la sociedad estadounidense, al punto que su reciente asesinato fue celebrado con idéntico placer al que producían las decapitaciones en la Revolución Francesa. Por su parte, Oliver Stone nos entregó World Trade Center, una pieza muy por debajo de Oliver Stone, en homenaje al heroísmo de los bomberos de Nueva York. Pero sobre las consecuencias del hecho, en particular sobre la guerra en Iraq y la conducta social norteamericana respecto al islam, sí que se han generado todo tipo de productos –unos con visión crítica y otros desde el más profundo fundamentalismo occidental.
Pero la visión cinematográfica del país del norte tiene sus particularidades que, de una u otra forma, se nos hacen familiares. Por lo tanto, esperamos que para un tema específico las visiones extrañas a ellos nos resulten de una textura distinta y produzcan una impresión cambiante en nuestros sentidos, aletargados por una estética repetitiva y cansina. Mucho de ese beneficio conseguimos en la ya mencionada Perros callejeros de Meshkini.
Sin embargo, esta expectativa no siempre es satisfecha y las excepciones suelen convertirse fácilmente en decepciones. Quizás no hay mejor ejemplo que Mi nombre es Khan, película india del director Karan Johar, producida en el año 2010, protagonizada por Shah Rukh Khan en el papel de Rizvan Khan y la bellísima Kajol Devgan en el de Mandira.
Lo primero que tendría que decir de esta larga película (165 minutos) es que le sobra por lo menos una hora. De haberla terminado en su primera hora y media, la cinta no hubiera decaído tan considerablemente. Pero Johar cedió fácilmente a la tentación de hacer un producto más de Hollywood que de India, y dedicó su ultima hora de film a hacer un remedo de Forrest Gump, que lo que da es lástima. Y no me refiero al sentimiento que inspiren los personajes –sin duda tratan de inspirarlo– sino al de desperdicio de tiempo que significa presenciar este fútil final.
La película se presenta con un planteamiento de alto interés: un paciente del síndrome de Asperger (una forma de autismo), oriundo de la India y practicante del Islam manifiesta su necesidad de contactar al presidente de los Estados Unidos (en ese entonces, el troglodita de marras) para comunicarle que él no es un terrorista. El protagonista repite, con la monotonía propia de los autistas, “Mi nombre es Khan y no soy un terrorista”. En este punto reivindico la magnífica actuación de Shah Rukh Khan y su pronunciación tan convincente: My name is Khan and I am not a terrorist (odio las películas dobladas; la voz de un actor es parte fundamental de su actuación; no me importa que hable en chino o en coreano o en estropiñés). No sé qué dirá un especialista de esta caracterización de un paciente con este síndrome, pero como espectador a mí me convenció de que ésa es la enfermedad (o disfunción o problema de conducta o como quiera llamársele).
Pero este comienzo es el punto de arranque de una serie de flashbacks que explican las circunstancias que llevaron a Khan a tal situación. Y en la visualización de estas circunstancias nos paseamos por el trazo de una sociedad, a la que el hambre de petróleo y poder le dibujó un rostro de odio religioso que por poco no reproduce épocas de barbarie no tan lejanas. Lamentablemente, como ya comenté, todo este dibujo estuvo completamente delineado en la primera hora y media de película, con mucho del efectismo hollywoodense que la caracteriza, pero durante la cual se mantuvo como un producto bastante respetable.
Como una muestra del Forrestgumpismo de este film baste decir que finalmente, Johar enlaza a su protagonista con el nuevo presidente de los Estados Unidos y se hace eco del halo de santidad que en sus inicios como presidente rodeó al primer Nóbel de la paz que ordenó un asesinato para presenciarlo por televisión en tiempo real. Aun así –y precisamente por sus contradicciones– creo que es una película que puede recomendarse. Observen cuando haya llegado a la hora y media y díganme si no hubiera quedado bien hasta allí.
Estimado Douglas : Te confieso mi total ignorancia de los temas relacionados con el cine actual. Tal vez se deba, por una parte, a cierta reticencia por ir al cine comercial, especialmente estadounoidense, y por otra, a mi falta de educación estética que me impide valorar como tu tan bien lo haces el cine más reciente. Te felicito y si tengo la oportunidad de ver esa película, tendré en cuenta tus acertadas opiniones. Nos mantendremos en contacto
ResponderEliminarIbar:
ResponderEliminarMe alegra mucho tu comentario (tanto como el hecho de que te hayas tomado el tiempo para hacerlo).
Este tipo de películas no es fácil verla en nuestras carteleras. ¡Qué bueno para nosotros los amantes del cine en esta época que podemos disponer de cosas como el DVD y similares! En caso contrario, estaríamos perdidos.
Lo bueno del arte es que nos da material para comunicarnos con otros. Y ciertamente que el cine es un arte. Yo intento hacer estos comentarios dejando bastante espacio para una una conversación extra-cinematográfica. Eso también es una característica del cine.
Gracias por tu aporte.
Habrá que verla... cronómetro en mano!!
ResponderEliminarNo... pones una señal para el vibra call de tu blackberry... je, je.
ResponderEliminarexcelente película, te hace ver que la religión es una de las cuestiones que nos hace diferencias a la naturaleza humana, y que no tedria que ser así. Considero que la religión son solo compartimentos que el fin ultimo es el amor. gracias!!! y saludos
ResponderEliminarSaludos cordial a mi amigo y profesor de siempre, cuando puedo reviso su blogs y por supuesto me atrapan sus buenos comentarios sobre matemática y cine personalmente llamaría esta extraña mezcla "FilMathyk" (para separarlo de la cinemática que todos conocemos) Film por lo del Cine Math por lo de matemáticas y K por grados kelvin para aportarle calor y energía a su valioso trabajo.
ResponderEliminarSobre películas de India, no estoy seguro que haya visto esta que nos tare hoy, he visto un par de ellas, particularmente me pareció buena esta: http://www.youtube.com/watch?v=xRn5g7xocmg y la relacione por el director o la productora que se llama: Aamir Khan, trata sobre la disléxia, lo que no estoy seguro si tengan que ver los distintos khan, por supuesto, tendré que verla también.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios. Estuve tratando de ver tu blog pero lo tienes inactivo desde hace tiempo, ¿no? ¿Trabajas con algún cineclub en Quíbor? ¿Asistes al Chaplin en Barquisimeto?
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