domingo, 10 de junio de 2012

Matemática y humanidades (Parte I)

Al amigo Héctor Concari

(A petición del amigo que recibe la dedicatoria de esta serie de entradas, voy a trasladar a este blog las secciones de un artículo relativamente largo de mi libro La aventura de la matemática, titulado La matemática: ¿una rama de las humanidades?. Dado que me he propuesto hacer entregas cortas en el blog, voy a verter el artículo separado en las mismas partes en que está escrito en el libro, con intervalos de tres días entre parte y parte. Gracias a quienes me siguen.)

De larga data es la fascinación del hombre ante lo ordenado, lo armonioso, lo preciso, lo pulcro. De alguna forma, lo acabado anima el espíritu con el asombro que despierta el misterio no revelado de la elaboración. Es este asombro el que usa el poder (cualquier poder) para alejarnos de la belleza intrínseca al caos de la creación y encerrarnos en esquemas de pensamiento que, lejos de animar el espíritu a la explosión generadora de ideas y conceptos, lo aletargan en la tranquilidad que da lo seguro y lo establecido. El racionalismo, la obra magna de la filosofía occidental, el susten­táculo de la ciencia moderna, ha sido injustamente usado como vehículo portador de tal letargo. Las clasificaciones racionales, tan necesarias para la distribución del conocimiento, han sido llevadas a un extremo que, a su vez, condujo a una pérdida de la visión global del conocimiento verdaderamente creativo para sustituirla por visiones parciales de muy corto alcance, separadoras del auténtico saber en compartimientos estancos. De todas estas clasificaciones, la más evidente y, al mismo tiempo, la más artificial es la que señala fronteras entre las ciencias y las humanidades; clasificación que a lo largo de los siglos involucionó hasta generar un individuo de carácter típico, exento de dudas y encerrado en torre de marfil, al cual en otras oportunidades me he arriesgado a llamar “ignorante ilustrado”.

En el año 1960, al momento de recibir el Premio Nobel de literatura, el poeta francés Saint-John Perse pronunció un vibrante discurso en el que reclamaba la legitimidad de la poesía frente a la ciencia, legitimidad menoscabada por el enorme impulso que esta última recibió durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Son estas sus palabras: “Cuando consideramos el drama de la ciencia moderna que descubre sus límites racionales hasta en lo absoluto matemático; cuando vemos, en la física, que dos grandes doctrinas fundamentales plantean, una, un principio general de relatividad, otra, un principio «cuán­tico» de incertidumbre y de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma de las medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador cien­tífico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante de la más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba la intuición para que socorrie­se a lo racional y proclamaba que «la imaginación es el verdadero terreno de la germinación científica», y hasta reclamaba para el científico los beneficios de una verda­dera «visión artística», ¿no tenemos derecho a considerar que el instrumento poético es tan legítimo como el instrumento lógico?”.

Es visible que el laureado poeta basaba su reclamo en el hecho indiscutible de que tanto el científico como el escritor dedican su vida a la actividad creativa, sostenida en primerísimo lugar por ese hermoso don del pensamiento que hemos llamado intuición. Si un hombre de la brillantez de Saint John Perse es capaz de remontar su espíritu al tiempo en el que los hombres de conocimiento mostraban la luz sin importarles la fuente, vale la pena preguntarse dónde están las fronteras de la división que nos impuso el énfasis racionalista. La búsqueda de tales delimitaciones nos conducirá, ojalá lo logremos en estas líneas, al carácter artificial de la separación que hemos identificado líneas atrás. Por fuerza, nuestro enfoque ha de ser limitado ya que sólo podemos hablar de matemática, que es el terreno donde hemos desbrozado apenas un poco la tupida maraña de nuestra ignorancia. Sin embargo, ello nos dará alguna ventaja por esa particular localización de la matemática en un ideal trono de la actividad científica.

Sentemos, pues, nuestros reales en el centro del dilema que queremos combatir e iniciemos la tarea con preguntas simplificadoras: ¿qué son las humanidades?, ¿cuáles esferas de la actividad humana consideraremos incluidas en ellas? A despecho de la posibilidad de pensar en muchas otras, creo que en lo fundamental la respuesta podría conducirse sobre tres aspectos: la belleza, la libertad de la creación y el hombre como pivote del discurso disciplinario. Veremos entonces en las próximas entregas en qué medida la matemática disfruta o participa de ellas.

2 comentarios:

  1. Douglas, muy honrado de ser incluido en tu blog. Leyendo el artículo me pregunto ( y es solo una pregunta) si no habrá una confusión entre ciencia y técnica. De mis cursos de epistemología recuerdo que esta era una distinción primaria. Se me ocurre que tal vez, quien opone falsamente la creatividad de las humanidades con la rigurosidad de la ciencia, (sin advertir que ambas necesitan de la imaginación conceptual del sujeto)tal vez está oponiendo en realidad las humanidades a una mera aplicación de la ciencia: la técnica. ¿Como te suena?

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  2. Héctor, gracias por comentar.

    Creo que para contestar medianamente bien lo que planteas necesito aprender algunas cosas más. Sin embargo, me parece que la división entre ciencia y técnica es uno de los productos de la revolución industrial (¿cómo se llama la película de Andrzej Vajda sobre el tema?), así como también la separación (conceptual) entre ciencias y humanidades. En la edad media se enseñaban las siete artes liberales (cuadrivium y trivium) pero había unidad de propósito en la enseñanza, lamentablemente las restricciones filosófico-religiosas produjeron un estancamiento de siglos.

    La revolución newtoniana consigue una (¿nueva?) definición de ciencia, pero el mismo Newton calificaba su actividad como filosofía. La revolución industrial, por su parte, necesitaba de un hombre que no mirara mucho para los lados, que se enfocara en el hacer científico con la visión y misión de construir artefactos. Esto fue haciendo la ciencia oscura para algunas mentalidades.

    Bueno... hay una mezcolanza de cosas aquí... nada ordenada, por cierto. Pero da para pensar. Estoy recordando el encuentro entre Euler y Diderot, lo recogí en http://douglas-cine-matica.blogspot.com/2011/08/euler-el-beethoven-de-la-matematica.html.

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