miércoles, 31 de agosto de 2011

Cifrado de datos o ¿Cómo protejo mis cositas?

A mis amigos Alberto Castillo y Alfredo Vallota

Supón, lector, que quieres recibir en forma segura y privada un mensaje que alguien debe enviarte. Piensa en esta posibilidad: le mandas abierto un pequeño cofre con un cerrojo del que tú tienes la llave, tu remitente mete el mensaje dentro del cofre y tranca el cerrojo; en este momento ni él mismo puede ya leer el mensaje; cuando el cofre te llegue, usas tu llave y lees tranquilamente el mensaje.

Esto –que parece más bien la descripción de un juego infantil– es la clave de un procedimiento matemático que sirve para que tus datos estén seguros en tus transacciones por internet o en los cajeros electrónicos. Bueno... lo más seguro que se pueda, claro. El procedimiento en cuestión se conoce como algoritmo RSA y tan raro nombre no es sino un acrónimo con los apellidos de los autores del procedimiento, esto es: Rivest, Shamir y Adleman quienes para el año 1977 –que fue cuando inventaron este asunto–, eran profesores del famoso MIT o Instituto Tecnológico de Massachusets y a quienes vemos, en la foto a la derecha, en aquella época.

¿Cómo funciona el algoritmo RSA? Bueno... detalles finos no puedo dar, pero las líneas generales son bastante sencillas comenzando con el ejemplo del cofre que comentamos en el primer párrafo. En primer lugar, cualquier mensaje puede convertirse en un número de muchas maneras muy sencillas. Por otra parte, podrías recordar –lector– que un número primo solo puede dividirse en forma entera por el número 1 y por él mismo.

Si dispones de dos números primos suficientemente grandes... digamos de doscientas cifras cada uno... los multiplicas y das el resultado sin decir cuáles fueron los números, para que otro los adivine, el problema es tan difícil que ni las mejores computadoras actuales del mundo lo pueden hacer en un tiempo razonable.

Luego entra en acción un instrumento matemático, llamado función φ (phi) de Euler, en homenaje al matemático que la inventó, a quien en un post anterior llamamos el Beethoven de la matemática. (Por cierto que la presencia de la función φ la solicitó un colaborador anónimo. Espero haberlo satisfecho con este post.) Con la función φ de Euler aplicada a nuestro enorme número imposible de descomponer se generan dos nuevos números, uno de los cuales va a ser el cofre que comentamos al principio y otro va a ser la llave que abre el cerrojo.

La seguridad de este sistema está basada –como acabamos de comentar– en la enorme dificultad de descomponer (o factorizar, como se dice en matemática) un número inusitadamente grande. Muchas personas se han dedicado a probar su fortaleza encontrando huecos por donde meterse, lo que ha producido mejoras sustanciales al mismo. No obstante, en los últimos tiempos la física cuántica ha entrado en el mundo de la computación, y los computadores proyectados bajo sus conceptos podrían resolver el problema de la factorización prima en tiempos sorprendentemente cortos. Nos tocará decir como un personaje de televisión: “Y ahora, ¿quién podrá defendernos”, con la esperanza de que aparezca, más temprano que tarde, algún Chapulín Colorado.

domingo, 28 de agosto de 2011

André Bloch y su extraña eugenesia

En un post anterior comenté de la absurda relación que ciertas personas hacen entre la locura y el ejercicio científico. Tenemos abundantes ejemplos para dar, de científicos de altísimo vuelo que llevaron existencias de las más normales que puedan concebirse. (Sin ir muy lejos, el caso de Euler en el post anterior a éste.) Sin embargo, como suele suceder en cualquier aspecto de la vida, también la ciencia tiene personas que, por una u otra razón, rompen los moldes establecidos de maneras a veces grotescas. André Bloch es uno de estos casos especialísimos.

Nacido en Francia en 1893, ya a los 17 años presentaba junto a su hermano Georges los exámenes para ingresar a la famosa Escuela Politécnica de París. A pesar de las dudas iniciales, que hacían pensar en un mayor talento de Georges, muy pronto André demostró su absoluta superioridad intelectual, logrando el ansiado puesto en la Escuela. Pero eran tiempos de guerra en Europa y ambos hermanos tuvieron que suspender sus prometedores estudios para servir en el frente de batalla.

Ninguno de los dos salió ileso: Georges perdió un ojo y André se lastimó una pierna, producto de una caída. El primero fue relevado, pero nuestro personaje solo recibió un permiso de convalecencia, lapso durante el cual realizó el acto de demencia que da título a esta entrega.

Todo sucedió durante una -hasta cierto momento- agradable cena. La compartían André, su tía, su tío y el propio Georges. Repentinamente, André se levanta de la mesa, muestra un revólver que portaba y dispara sobre cada uno de sus compañeros comensales, segando sus vidas sin excepción ninguna.

Las explicaciones de tan brutal acto nunca han estado claras. El propio Bloch interrogado al respecto, contestó de esta diabólica manera: “Fue un asunto de lógica matemática. En mi familia hay enfermos mentales”. Se deduce entonces, que Bloch concebía su trágico acto como un asunto simple de eugenesia.

No obstante, si solo hubiera sido por lo que acabamos de describir, el nombre de André Bloch en la historia del mundo no hubiera trascendido más allá de los titulares de la prensa sensacionalista. Pero, luego de su reclusión en el manicomio (como se llamaba en la época a las instituciones para enfermos mentales) André continuó sus estudios de matemática, con tan alto nivel que logró trabajar con matemáticos de la talla de Hadamard, Polya, Mittag-Leffler y Henri Cartan.

Su aporte más importante es un teorema conocido con su propio nombre, en el que describe cierta región del plano asociada a un número, que también recibió el nombre de constante de Bloch. Muchos matemáticos trabajaron con él por la vía epistolar, sin saber que su interlocutor escribía desde un manicomio; colocaba como dirección solo la calle y el número del inmueble. El único dato que llamaba la atención era que todas las cartas estaban fechadas a primero de abril.

André Bloch murió de leucemia el 11 de octubre de 1948.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Euler: el Beethoven de la matemática

Un día cualquiera del año 1740, un científico se ocupa de su tarea: pensar. Apoya esta tarea con dos sencillos instrumentos: lápiz y papel, mientras a su alrededor unos cinco niños de los trece que procrearía en toda su vida retozan bulliciosamente a su alrededor. Alguno se sube en sus piernas; otro mueve con fuerza su silla de trabajo, producto del empujón que recibió de un tercero; más allá, alguno llora a gritos por el despojo de sus juguetes. Pero el hombre piensa... sólo piensa y escribe. Está terminando una de las 866 obras (entre trabajos de investigación y libros) que dejó dispersas a lo largo de toda su vida, entre la matemática, la física y la astronomía.

Que sus numerosos críos intranquilizaran su alrededor, no era algo que sacara a Leonhard Euler de su profunda concentración. Ni siquiera lo logró la ceguera total que lo afectó a partir del año 1771, época en la que apenas había producido la mitad de sus escritos. De allí el título de esta entrada. Quien ni siquiera haya oído una pieza de Beethoven, no dejará de maravillarse al saber que el músico compuso lo máximo de su obra (que ya de por sí es obra máxima) estando completamente sordo. De la misma manera, construir una obra científica de la dimensión de la de Euler con privación absoluta de la capacidad visual, habla de una hazaña con escasos paralelos. Bueno es decir, sin embargo, que Euler dispuso de una colaboración con la que Beethoven jamás contó.

Leonhard Euler (cuyo apellido se pronuncia “Oiler”) ha sido el matemático más prolífico de la historia. Nació en Basilea, Suiza, en el año de 1707 y trabajó en las Academias de San Petersburgo y Berlín. Su vasta y profunda obra incluye toda la matemática de su época, además de la física y la astronomía. Sus trabajos con las series infinitas inauguran una nueva época para este estudio, que había sido tan relevante en la fundamentación del cálculo infinitesimal. Nos legó importantes notaciones que aún hoy siguen en uso, como por ejemplo la letra griega π para referirse a la relación entre una circunferencia y su diámetro, la letra e para denotar la base de los logaritmos naturales, la notación f(x) para indicar una función matemática, la letra griega Σ para indicar una suma y muchas más.

Era un hombre de buen humor y profundas convicciones religiosas. Ambas cualidades se pusieron de manifiesto en una anécdota que involucra al filósofo agnóstico francés Denis Diderot, a quien Euler invitó a un debate público, en la corte de la emperatriz Catalina de Rusia, en el cual le demostraría matemáticamente la existencia de Dios. Cándidamente, Diderot aceptó el reto y una vez instalados, con un público que incluía a la propia emperatriz, Euler le espetó lo siguiente: “Señor: (a+b^n)/n = x, luego Dios existe. ¡Responda!”. Diderot, un total ignorante en matemática, solo atinó a pedir permiso a la emperatriz para retirarse, entre las risas de todos los presentes. Cualquiera que sepa apenas un poco más de matemática que Diderot, reconoce que la fórmula usada por Euler no dice absolutamente nada que valga la pena. Esto es apenas una muestra del poder intimidante que los símbolos matemáticos ejercen sobre algunas personas, incluso aun teniendo sólida formación en otras ramas.

El 18 de septiembre de 1783, Leonhard Euler sufrió un derrame cerebral. Al sentirlo, dijo suavemente: “Estoy muriendo”. Su profecía se cumplió apenas unas horas después. Así, tranquilamente, acabó la vida de un hombre tranquilo que dedicó toda su existencia a la ciencia.

lunes, 22 de agosto de 2011

El origen

Soñar para que el sueño conforme la realidad de lo soñado es el más perfecto de los laberintos borgianos. En su Antología de la literatura fantástica (recopilada por Borges junto a Bioy Casares y Silvina Ocampo) se recoge el brillante nanorrelato de Chuang Tzu, Sueño de una mariposa: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.”

El sueño, el soñar que se sueña y la identificación de sueño y realidad son tres de las muchas fuentes que nos conducen al infinito, ése que tanto terror produjo a los antiguos griegos. Recursivos en sí mismos se estructuran como laberintos hacia adelante en los que fácil es entrar, pero arduo salir. De estructuras autorreferenciales como éstas está lleno el libro Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle del matemático y físico Douglas Hofstadter, en los que se estudia cómo se puede identificar en la obra de estos tres pensadores (dos artistas y un científico) patrones de recursividad que pueden proyectarse perfectamente hacia lo onírico.

Precisamente, en El origen, película de Cristopher Nolan, hay importantes rastros –claros y velados– de la obra de Escher. En una de sus escenas, dos de los protagonistas caminan por una escalera de Penrose, artificio ideado por el psicólogo L. S. Penrose, padre del famoso físico Roger Penrose. Tal escalera solo nos permite un sentido de recorrido en un circuito cerrado: o vamos subiendo o vamos bajando, pero una vez escogido uno de los dos sentidos estamos condenados a él. Escher utilizó esta escalera en uno de sus cuadros más famosos, Subiendo y bajando. En otra de las escenas una ciudad da la vuelta para encontrarse consigo misma en una reflexión especular vertical; ese giro me hizo recordar –aunque la intención sea algo distinta– el cuadro Galería de pintura del mismo artista.
(Si todavía no conoces a Escher, lector, te invito a que leas mi artículo Maurits Cornelius Escher: la imposibilidad de lo imposible, publicado en el número 20 (Septiembre, 2007) de Principia, la revista de cultura dela Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado”. En el enlace anterior puede bajarse íntegro.)

A Cristopher Nolan también le preocupa el asunto de los sueños; lo demuestran la onírica Memento y la inquietante Imsonia; pero en El origen (denominada Inception en inglés) aborda el asunto de manera muy directa y muy personal. La posibilidad de que alguien se adentre en tu sueño y obtenga información a partir de esta acción intranquiliza, pero sencillamente aterroriza pensar que con ello se puedan manipular y orientar tus decisiones de vida. Todo esto aderezado con mucha acción y un reparto excepcional en el que descuellan Leonardo DiCaprio, Michael Caine, Ellen Page y –nunca tan bella como aquí– Marion Cotillard.

Nominada a ocho premios Óscar logró hacerse con cuatro de ellos: Fotografía, edición de sonido, sonido y efectos visuales. Obtuvo nominaciones a los premios Golden Globe y BAFTA.

viernes, 19 de agosto de 2011

Locura y matemática

Alguna gente suele asociar el ejercicio de la ciencia -en general- y de la matemática -en particular- a la adquisición de rasgos de locura por parte de quienes practican estas disciplinas. Toda ciencia -pero especialmente la matemática- es un intento de comprensión de fenómenos, mentales o naturales, a partir de una muy alta organización de los procesos de pensamiento. Pareciera un contrasentido, entonces, que aquello que nos exige una mente lúcida, clara y ordenada nos pueda conducir a desórdenes mentales.

Esta superstición como tantas otras está basada más en la repetición que en la verificación. Científicos locos ha habido, por supuesto. Pero estoy seguro de que hay locos dentro de cualquier profesión y aún fuera de ellas. ¿Alguien ha verificado que, efectivamente, la ciencia da más locos que otras actividades de la vida? Peor aún: ¿la adquisición de la locura está ligada al ejercicio profesional o se trata de factores personales? Queda para los psiquiatras la respuesta.

A este respecto, el delicioso librito “Querido Profesor Einstein”, una edición de Gedisa a cargo de Alicia Calaprice contiene simpáticas cartas de niños dirigidas al gran físico Albert Einstein, de quien se pueden decir muchas cosas, pero no precisamente que haya estado loco. Extraigo una particular que me pareció divertida en extremo.

“6 de mayo de 1949

Querido Señor Einstein:

Le escribo para que nos resuelva una discusión que hemos tenido un chico y yo en el colegio hoy. Los dos estamos en octavo.Es una pregunta rara, pero tiene mucho que ver con usted. Este amigo mío dice que todos los genios acaban volviéndose locos porque en el pasado siempre ha sido así. Yo no he podido convencerlo de que al menos un genio no se volvió loco en el pasado. Le he dicho que usted era un genio y que no se había vuelto loco. Mi amigo dice que usted enloquecerá en menos de un año. Le he contestado que no. Nuestros profesores no han tomado partido y, como era una discusión muy acalorada, hemos decidido escribirle para saber lo que piensa usted. A ser posible, intente no volverse loco. Entre usted y yo, creo que mi amigo no está bien de la cabeza.

Por favor, escríbame y déme su opinión sobre este asunto (tanto si pierde su valiosa cabeza como si no).

Le saluda atentamente,

Sam”

El libro contiene respuestas que Einstein da a los niños. Algunas son deliciosas. Lamentablemente para nosotros la respuesta a esta carta, si la hubo, la desconocemos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Little Miss Sunshine


No creo exagerar si afirmo que dentro de la enorme producción mundial de películas, los espectadores venezolanos tenemos acceso a menos del 1%; las distribuidoras ligadas al cine norteamericano nos han impuesto una cartelera y una estética, nuestros gustos cinematográficos están absolutamente orientados por sus necesidades comerciales. No tenemos posibilidad de presenciar cine latinoamericano, europeo, asiático o africano. Más aún: no tenemos acceso al cine norteamericano independiente de las grandes productoras.

Uno de estos casos es Little Miss Sunshine (2006), película de muy bajo presupuesto ($8 millones) que logró recaudar $100 millones. Little Miss Sunshine fue el debut como directores en equipo de Johnathan Dayton y Valerie Faris y tiene un reparto excelente que cuenta, entre otros, con Greg Kinnear, Steve Carrel, Toni Colette, Paul Dano, Abigail Breslin y Alan Arkin.

Esta película se estrenó en el festival de cine de Sundance 2006, fue nominada a cuatro premios Óscar, de los cuales obtuvo dos: mejor guión original para Michael Arndt y mejor actor de reparto (Alan Arkin, como el abuelo). Ha obtenido buena cantidad de premios y nominaciones.

Little Miss Sunshine se plantea como una crítica densa y muy bien lograda de buena cantidad de mitos de la sociedad norteamericana, entre ellos el culto al éxito personal y, como exponente principalísimo de tal culto, los concursos de belleza, en este caso representados desde el universo infantil, pues la protagonista del film es una niña de menos de diez años (Olive, interpretada por Abigail Breslin), quien se propone participar en un concurso de esta naturaleza a 1300 kilómetros de su pueblo. La familia la apoya y para ello realizarán el viaje en un viejo Volkswagen Combi; la película se desarrolla sobre las peripecias del viaje: es lo que se conoce como una road movie o película de carretera.

Las relaciones familiares también son un tema de la película. Si el consabido lugar común que define la familia como base de la sociedad tiene algún asidero, entonces a partir del análisis propuesto por este film se entienden los vistosos lunares de la sociedad norteamericana.

Pero es que la película no deja títere con cabeza y el mito de la autoayuda es uno de los que reciben un golpe severo. Arnold Scharzenegger dijo “Si hay algo en este mundo que me da asco, son los perdedores. Los desprecio profundamente”. Este singular punto de vista –muy propio de la inteligencia de quien lo emite– caló hondo en el guionista Michael Arndt y la película contiene mucho sobre la visión negativa que Arndt recogió de la frase del actor y gobernador de California. La cinta demuestra, con la hermosa relación entre el abuelo disfuncional y la ansiosa nieta, que ganar y perder son partes igual de importantes en el proceso de la vida; ya lo dijo bien Rudyard Kipling: “Si puedes encararte con el triunfo y el desastre, y tratar de la misma manera a esos dos impostores.”

La autoayuda –como todos sabemos– es propulsora de la industria del libro mas no de la lectura. Difícil es pensar a un lector de autoayuda en la búsqueda de Borges, Yourcenar o Cortázar; si acaso con algún libro de Hemingway que les haga pensar que pueden conseguir fórmulas de vida, como las que tienen en su poder aquellos grandes gurús, conocedores de que el camino hacia el éxito (monetario, claro) pasa por escribir un libro que señale el camino hacia el éxito.

Personalmente, a este respecto, alabo la actuación de Greg Kinnear quien, a pesar de ser un actor poco renombrado entre nosotros, ha dado cátedra actoral en algunas películas comerciales, pero sobre todo en el cine independiente, como por ejemplo su trabajo con Richard Linklater en Fast Food Nation, que comentaré por aquí en algún momento.

Otras actuaciones que destacan son la de Steve Carrel (cuando aún no era Steve Carrel) en el papel de un homosexual especialista en Proust y Paul Dano en el rol de un adolescente que promete voto de silencio hasta cumplir su sueño de hacerse piloto.

viernes, 12 de agosto de 2011

Prestimentalizadores

Mi amigo Cheo Noguera, con picante travesura, me espeta el siguiente acertijo: “La cuenta de un desayuno se va a pagar entre tres. El total es de Bs. 25, por lo que cada uno paga con un billete de Bs. 10. Al regresar el mesonero con el cambio de Bs. 5, se le entregan Bs. 2 de propina y cada comensal toma un bolívar vuelto, por lo que es claro que cada uno pagó Bs. 9. Pero 9⨯3=27, más 2 de la propina del mesonero dan 29 bolívares. ¿Qué se hizo el bolívar que falta de los 30?”

Al habilidoso que nos engaña con sus dedos y nos oculta las cosas enfrente de nuestros propios ojos lo llamamos prestidigitador, palabra que no significa otra cosa que “el de dedos prestos o dedos hábiles”. En acertijos matemáticos, como el planteado por Cheo hay también un ocultamiento en frente del espectador, pero esta vez se trata del ocultamiento de un dato, es decir de un objeto de la mente por lo que, modestamente, me voy a atrever a llamar a los proponentes de estos acertijos con una palabra de mi cosecha: prestimentalizadores.

Posiblemente mientras yo divagaba en mis delirios filológicos, el lector -más práctico- reflexionó que si los comensales gastaron entre todos Bs. 27, como efectivamente fue, ya en ese monto estaban considerados los Bs. 2 de la propina al mesonero. Así que el acto de prestimentalización fue el hecho de sumarlos de nuevo donde ya estaban incluidos

No hace mucho tiempo se estrenó en España una película de suspenso (thriller, dicen los entendidos) llamada La habitación de Fermat, en la cual cuatro matemáticos van a morir ejecutados por la propia habitación en la que están encerrados, a menos que contesten preguntas que van surgiendo de una máquina. Si no fuera por el hecho de que van a morir, las preguntas serían bastante divertidas. Pero en realidad son tan conocidas que difícilmente un matemático profesional esté verdaderamente en riesgo con ellas.


El palmarés mayor en esto de la prestimentalización se la lleva un profesor brasileño que respondía al nombre de Julio César de Mello y Souza, mejor conocido por nosotros como Malba Tahan, autor de un memorable librito que ha sido la envidia de todos los que escribimos matemática, porque se cuentan por millones las copias que ha vendido y, posiblemente -37 años después de la muerte de su autor- serán millones las que todavía le faltan por vender. Me refiero a El hombre que calculaba.

Les extraigo -ajustado a mi espacio- un acto de prestimentalización que encontramos en este delicioso librito: Un hombre deja su herencia a sus tres hijos exigiendo entregar la mitad de la misma al mayor, un tercio al segundo y la novena parte al menor. Pero la herencia son 35 caballos, por lo cual el reparto solo es posible si uno de los caballos se divide en varias partes, a lo que no están dispuestos. Beremís Samir, el hombre que calculaba, resuelve el problema prestando su propio caballo a la solución, con lo cual se tendrán 36 caballos. Repartidos éstos de la manera indicada, el mayor recibe 18 caballos, el segundo 12 y el menor 4. Pero 18+12+4 resulta igual a 34 caballos, por lo cual el hombre que calculaba resolvió tomar para sí los dos caballos restantes y se ganó un caballo por resolver el problema “desinteresadamente”.

Lector... Mientras te diviertes un rato explicándote qué pasó me voy a preparar la próxima entrada del blog.

martes, 9 de agosto de 2011

Matemática en la mesa de conversación

Suena raro, ¿verdad? ¿De qué tratará la conversación? ¿De altos índices de reprobados, quizá? ¿O de cierta frustración algo rabiosa? La propaganda antimatemática, generada por razones duras de asimilar por quien les escribe, ha debilitado la esperanza de convertir a la disciplina de Pitágoras y Euclides en un tema de sobremesa... Pero no todo está perdido.

La literatura y el cine han sido un excelente vehículo de difusión de las bellas ideas que el pensamiento matemático ha legado a la humanidad. Hay obras que van directamente al tema matemático. Me atrevo a recomendar El tío Petros y la conjetura de Goldbach, novela del griego Apostolos Doxiadis, con la que logré hipnotizar a un joven de 16 años, nada interesado en la matemática, quien no supo apartar la vista de las páginas del libro en un viaje de 400 kilómetros. Asimismo, en algún momento consumí buena parte de mi tiempo leyendo una divertida novela del francés Denis Guedj, titulada El teorema del loro. En nuestras latitudes, el matemático argentino Guillermo Martínez escribió una novela a la que puso el sugerente título de Crímenes imperceptibles; a pesar de que aún no he leído esta novela, sí puedo recomendar su adaptación al cine, realizada por el conocido español Alex de la Iglesia, con un impresionante reparto internacional que incluye a Elijah Wood y John Hurt. La película no tomó el nombre del libro; se llama Los crímenes de Oxford.

Estos son ejemplos de matemáticos que han salido de los teoremas hacia la literatura, pero puedo dar ejemplos en contrario: escritores que han abordado la matemática como tema. Podría citar interesantes textos de Aldous Huxley o de Jonathan Swift, pero para no perder la conexión con Argentina vale la pena hacer mención a Jorge Luis Borges.

El inmortal sureño ha penetrado de matemática muy buena parte de su obra. En algunos casos de manera muy directa, por ejemplo en el libro Discusión hace dos lúcidos análisis de la paradoja de Zenón, abordando el tema desde dos perspectivas distintas: las series infinitas y la lógica matemática. Pero nadie puede pasar insensiblemente por los impresionantes relatos en los que el infinito matemático protagoniza velada o claramente. Citamos −sin abundancia de detalle− El aleph, El jardín de senderos que se bifurcan, La biblioteca de Babel y El arenario. Si quien me lee se convierte −en caso de no serlo ya− en lector de Borges, de seguro podrá darme más ejemplos.


En lo que al cine respecta, para terminar la entrada, añadiré a la película antes mencionada una fragmentaria lista de títulos que son una delicia: Pi, ópera prima del norteamericano Darren Aronofski; Una mente brillante, de Ron Howard; El indomable Will Hunting o Good Will Hunting de Gus Van Sant; Moebius, del argentino Gustavo Mosquera y la más o menos reciente Ágora, del español Alejandro Amenábar, basada en la vida de Hipatia.

¡Hay bastante para conversar!

viernes, 5 de agosto de 2011

Cheila, una casa pa'maita

Una de las características más impactantes del habla del venezolano es la polisemia, la multiplicidad de significados para un mismo término. Por ejemplo, el vocablo “negro” en alusión al color de la piel, que ha sido objeto de una legislación algo absurda, puede usarse tanto con un sentido de insulto –ligado a sustantivos como “mono”, que ha adquirido valor de adjetivo– como con una significación cariñosa que toca incluso los límites de la ternura.

Otro ejemplo importante lo da la alusión al sexo femenino en su voz castiza, el coño, palabra que hace uso sonoro y expresivo de la letra más representativa del español: la “ñ”. Ligada específicamente al sexo de la progenitora, se convierte en una expresión que barre un abanico de significaciones que se mueven desde la afrenta hasta la admiración cariñosa.

Sin embargo, hay una palabra que –a pesar de los esfuerzos de trivialización por parte de la juventud actual– mantiene intacto su valor peyorativo: la palabra “marico”. Esta palabra llega a usarse como argumento ad hominem absolutamente descalificatorio; aplicarla a un adversario es una manera eficaz que tiene el venezolano para terminar discusiones.

En una entrevista una actriz confesó que –por sus maneras de actuar en la niñez– su padre llegó a decirle que ella era el hijo varón que nunca tuvo. Es evidente que la situación contraria jamás se daría en nuestra sociedad: ningún padre admitiría que un hijo varón fue la niña que jamás tuvo.

El venezolano tolera muy poco la androginia, pero la forma de ésta que parece causarle mayor choque emocional es el travestismo. Esta tendencia es altamente perseguida y con frecuencia algunos de sus practicantes aparecen en las páginas rojas de los periódicos bien como víctimas o como victimarios, en este último caso por abundantes situaciones de defensa propia.


En este marco de machismo y violencia extrema aparece la película venezolana Cheila, una casa pa' Maíta del director Eduardo Barberena. De su propia página web extraemos la siguiente sinopsis: “Cheila regresa de Canadá a pasar navidades en la hermosa casa que pudo regalarle a su madre con todo su esfuerzo. Trae consigo una gran noticia: por fin hará realidad su sueño de cambiar de sexo y ser “una mujer total”. Poco falta para operarse, pero requiere del apoyo de su familia.

Tras ver a la otrora hermosa “quinta” en completo deterioro y ocupada por un caótico tropel de hermanos, cuñadas y sobrinos, a Cheila se le develarán duras verdades que la harán replantearse la relación consigo misma y con su familia, al descubrir la mayor pobreza de la que adolecen: el desamor, la intolerancia y la mezquindad.”

Hay algo que se agradece profundamente en esta película: la falta de maniqueísmo . Basada en un sólido guión de Elio Palencia, la película aborda el tema con respeto y equilibrio. El papel principal corresponde a Endry Cardeño, verdadero transexual quien ganó el premio a la mejor actriz en el Festival de Mérida, donde la película recibió los más importantes galardones.
Fue mejor película. Violeta Alemán se llevó el premio a la mejor actriz de reparto por su interpretación de Maíta, una madre intransigente en sus amores, sus odios y sus propias contradicciones. Elio Palencia ganó el premio al mejor guión a partir de una la adaptación al cine de su propia obra teatral “La quinta Dayana”. Eduardo Barberena recibió el premio al mejor director.