martes, 17 de septiembre de 2013

Escuela Venezolana para la Enseñanza de la Matemática: 17 ediciones


La educación en Venezuela atraviesa por un momento muy difícil; esta es una afirmación equivalente a descubrir el agua tibia. Pero no sé si a pesar de su obviedad, a todo el mundo le preocupe en la magnitud debida. Después de todo nadie debería ser indiferente al hecho, en tanto cada uno de nosotros es objeto más temprano que tarde (y además durante toda la vida) del asunto educativo. "Durante toda la vida" se refiere a la propia y a la de los descendientes. Añádase a esto que el problema tiene sus nudos gordianos y, sin duda, la matemática es uno de los más difíciles de desatar, sin que sea posible la solución alejandrina de cortarlo de un tajo.

Hube de ser profesor de matemática por casi 27 años en una facultad de ingeniería. Observaba con inquietud -al igual que mis compañeros de labor- la continua desmejora de la calidad de los estudiantes que recibíamos. Pero solo llegábamos a emitir un lamento sordo, inmóvil, insuficiente estímulo para intentar ir a la fuente del problema. Los profesores universitarios de matemática éramos capaces de una queja algo llorona acerca de la adecuación de nuestro insumo, pero absolutamente incapaces de hacer el mínimo esfuerzo para intervenir, participar o colaborar en la producción de ese insumo. Una intervención, participación o colaboración respetuosa con el colega de bachillerato que nos permitiera poner las cartas sobre la mesa y vislumbrar soluciones en un esfuerzo mancomunado. Siempre es más fácil quejarse que trabajar para resolver la queja.



Hay excepciones, no obstante. Una muy evidente es la de Arístides Arellán, profesor de larga experiencia en la ULA (con quien aparezco en la foto) cuya Escuela Venezolana para la Enseñanza de la Matemática -realizada en las aulas de esta acogedora universidad- lleva, con la de este año, diecisiete ediciones continuas. Por esta escuela han pasado generaciones de docentes, al punto de que los que alguna vez estuvieron sentados como participantes, hoy regresan curso en mano a orientar a las nuevas generaciones, en una muestra del estímulo a la superación personal que significa la Escuela. El trabajo de Arístides (y por supuesto de su grupo: nadie puede solo con un esfuerzo de este tamaño) ha sido una labor de hormiga que ha beneficiado a profesores de educación media (no sé si de primaria también) de todas las latitudes y longitudes del país; la EVEM es un mosaico de voces donde al lado del agite zuliano, está la rapidez del decir oriental o la taciturnia central, tanto como el respetuoso y leve decir cantado del merideño y del andino en general. Arístides se ha mostrado incansable con su proyecto y de seguro que piensa que diecisiete es aún un número muy pequeño. De modo que queda Escuela para rato.

En esta edición (por múltiples razones, mi primera experiencia) me tocó el honor de la charla inaugural que dediqué al juego de rithmomachia. Además dirigí un curso de historia de la matemática, centrado en el tema del pitagorismo. La experiencia con este curso fue de antología. Por un lado, me hizo volver al aula -que no tocaba desde cinco años atrás, aproximadamente. Pero además con gente que alimentó mi entusiasmo por la vía de una participación decidida en la actividad. Para el ejercicio docente legítimo, nada mejor que un grupo de "interruptores", personas que se tomen en serio lo que necesitan aprender y decidan participar activamente en su búsqueda, mediante el cuestionamiento y la colaboración. Valió la pena el esfuerzo... y no es más que el primero.

Una de las conferencias plenarias me llenó de inquietud. Se trata de la dictada por el propio Arístides Arellán, en la que describió el postgrado en educación matemática que se está ofreciendo, como respuesta del EVEM (y posiblemente otras experiencias) a las solicitudes de los profesores participantes en el evento en su larga trayectoria. Este postgrado intenta producir un profesor de educación media cuyo perfil incorpore la capacidad de realizar demostraciones matemáticas, hecho que llamó profundamente mi atención. Lo comenté con un grupo de profesores en ejercicio y -para mi gran sorpresa- manifestaron alegría por una oferta que estaban seguros los beneficiaría.

Quiero ser claro al respecto: me parece magnífico que se ofrezcan soluciones académicas a los problemas detectados. De manera que la oferta del postgrado es parte de un espíritu que no me cansaré de aplaudir. Lo que me parece algo insólito (por decir lo menos) es que exista esta necesidad. Que un profesor de matemática (en ejercicio, no en formación) necesite un curso para aprender a demostrar debe ser equivalente a que un médico lo necesite para saber cómo manejar el estetoscopio. ¿Cuántos profesores de matemática están en esa situación? ¿Son egresados de institutos pedagógicos? ¿O son profesionales de otras ramas que, debido a nuestra deformación económica nacional, escogieron la carrera docente en matemática como alternativa de compromiso? ¿O hay más preguntas y soy incapaz de formularlas? Como sea que fuere, el problema merece una atención seria, con un esfuerzo orientado más por lo estructural que por lo casuístico. Lenguaje y matemática son la médula espinal del pensamiento. Admitir su maltrato con naturalidad sería una desgracia nacional.

La EVEM es un espacio de reflexión de los tantos que hacen falta en nuestro país. Me felicito por haber formado parte de él en esta edición y lamento no haber podido asistir a ninguna de la anteriores. Sin duda es un modelo a seguir y valdría la pena que las universidades nacionales pensaran que es a este tipo de esfuerzo al que deben estar dirigidos los recursos. Es lo racional, después de todo. Y la Universidad es el terreno natural para el cultivo de la razón.