sábado, 5 de noviembre de 2022

UN POLVO DESAFORTUNADO, PERO UNA PELÍCULA AFORTUNADA

 


Confieso que soy muy ambiguo en mi relación con la red social Twitter. Todos los días la abro por lo menos una vez, pero no son pocas las oportunidades en que he tenido unas ganas inmensas de cerrar mi cuenta y olvidarme de eso. Un fenómeno que no puedo pasar por alto es que hay algunos tuiteros de una mediocridad excepcional (¿oxímoron?) que arrastran unos números casi millonarios de seguidores. Pero creo que Twitter abre una ventana hacia ciertos aspectos de lo humano que me parecen escabrosos hasta en su carácter de inefabilidad, a menos que tal carácter inefable no sea otra cosa que mi incapacidad de descripción de un fenómeno sociológico harto complejo.

En estos días en que se inventan tantos neologismos (muchos de ellos francamente eufemismos o barbarismos) se me antoja proponer la palabra catosavonismo, como una forma abreviada -casi apocopada- de la conjunción de Catón y Savonarola que muestran algunos cuantos tuiteros. Los catosavonistas expresan sus convicciones morales exentos de dudas; para ellos escribir en Twitter es equivalente a escribir un código en piedra. Muchos muestran en sus epígrafes de presentación sus profundas convicciones religiosas, pero manifiestan una exultante alegría ante la muerte violenta de un delincuente o de un líder político que detestan. Si estos hechos vienen acompañados de un video escabroso mucho mejor para su "productividad" de comentaristas.

Todas estas reflexiones se me ocurrieron luego de ver la película rumana Sexo desafortunado o porno loco (Babardeală cu buclucsau porno balamuc, en su idioma original, también nombrada como Un polvo desafortunado o porno loco) del año 2021 que, contradictoriamente, no nombra a Twitter en ningún momento. La cinta -dirigida y escrita por Radi Jude y estelarizada por Katia Pascariu- me trajo el recuerdo de un incidente de hace veinte años, en el que fueron protagonistas una bella actriz y un muy cotizado actor de la TV y el cine nacional. En ese entonces todavía estaba yo en aulas como profesor y me tocó conversar del tema en muchas oportunidades, ante la explosión de opiniones que consideré chocantes, pero meritorias de una sana discusión. Ya se venían incubando los polluelos opinantes tuiteros.

La película, excelente, tiene una estructura narrativa deliciosa, separada en tres actos. El primero -un paseo turístico por Bucarest, que nos muestra tanto lo bello como lo feo de la ciudad- nos presenta el problema que genera el drama de la protagonista. El segundo -con textura documental- nos da una serie de definiciones (en estricto orden alfabético) de los términos político-sociológicos  que parecieran definir este primer cuarto del siglo XXI; la mordacidad de algunas definiciones arranca carcajadas, pero el profundo humor negro que las envuelve nos deja cierto amargor; provoca anotar algunas de las citas que aparecen en este acto para preservarlas. El tercer acto fue el que me recordó a Twitter pues una caterva catosavonista, sin preparación de ninguna especie para la realización de un juicio, procede al mismo contra una persona que, con sus escasas fuerzas, debe responder a una maquinaria que está dispuesta a triturarla moralmente. No les comento nada del final porque es delicioso.

La mordacidad crítica del filme no deja títere con cabeza en ningún aspecto social. La iglesia y el ejército reciben lo suyo de manera despiada, pero la conducta ciudadana (el ambiente es de plena pandemia: los personajes andan con tapaboca y orden de distancia social) tampoco es dulcificada: algunas infracciones y abusos de tránsito me hicieron preguntarme si estaba viendo una película rodada en Bucarest o en Barquisimeto. Imagino que esto podría, más bien, envalentonar a nuestros tantos abusadores vernáculos.

Hay en la película unas cuantas escenas de sexo explícito tipo porno duro. Y lo comento por dos razones: una para correr a cualquier moralista que se haga la cruz ante la noticia. La otra es porque algunos de los que se persignan no pueden evitar la tentación de verla, una vez que lo saben. Eso sí, nadie que la vea quedará indiferente.