domingo, 20 de septiembre de 2020

"MIGNONNES" O "CUTIES" O "GUAPIS": EL PODER DE LA DEMOCRACIA IRREFLEXIVA

 


Pequeña aclaratoria de introducción: No suelo preocuparme por eso que llaman spoiler: no creo que nadie me vaya a contar una película mejor que las imágenes que filmó el director. Pero hay quienes lo detestan. (Me imagino que estas personas no verán películas clásicas, cuyo argumento es harto conocido; tampoco leerán novelas clásicas.) Para una película como ésta, rodeada de actos externos a ella, no conseguí otra manera de comentarla que haciendo algo de spoiler. Lo aclaro para que nadie diga que le agüé la fiesta. Pero los espero después, eso sí.

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Web es palabra inglesa que a nuestro idioma se traduce como telaraña. De manera que World Wide Web (WWW) no es otra cosa que "la telaraña alrededor del mundo". Como fenómeno masivo y mundial, la web ha sido potenciadora de la democracia, en tanto facilita a cualquier ciudadano que disponga de ella a exponer su pensamiento a audiencias extensas, solo con la suscripción (gratuita, por lo demás... aunque solo en apariencia) a cualquiera de esas conglomeraciones electrónicas que han recibido el nombre genérico de redes sociales.

En principio, tal avance democrático tiene que despertar simpatía. Pero, puesto que la contradicción es inherente a lo humano, ciertas conductas generadas a partir de las mismas libertades ganadas, ponen sobre la mesa la frase de Borges según la cual la democracia no es otra cosa que un abuso de la estadística. Preguntemos por ejemplo, ¿qué es un influencer? Algo como el apellido Kardashian, digamos; una fuente inagotable y profunda de vacío absoluto, una entrada larga y sostenida hacia la nada, un oxímoron de hondura superficial, apoyado -eso sí- sobre mucha exhibición glútea, aparente ventilación pública de la vida personal y millones de likes, me gusta, corazones y similares, convertidos, por influjo de la dinámica generada por las propias redes, en el verdadero objetivo de cualquier nota colocada en ellas. (Que en el caso Kardashian significa montones y montones de dinero.) No todo influencer puede reducirse a esta descripción, claro está, pero que buena cantidad de ellos la representen con altísimos números de sintonía, indica la perversión de un sistema que genera y generaliza estándares de conducta.

De reflexiones como ésas está hecha la película Guapis (uso su nombre en español; en francés e inglés están en el título del post), ópera prima de la novel directora franco-senegalesa Maïmouna Doucouré, quien ha saltado negativamente a la fama por una hipócrita campaña que, desde los Estados Unidos, presenta el film como una apología a la pedofilia. Lo más interesante de esta campaña es que comenzó desde mucho antes del estreno mundial de la película en la plataforma Netflix. El detonante fue el póster presentado por la plataforma, mostrando a las niñas en atuendos "provocativos" (luego explicaré las comillas), en una jugada que no sé si calificar de torpeza o de vulgar truco publicitario, cosa absolutamente innecesaria para una película de esta calidad.

Guapis describe un universo infantil... el universo infantil de hoy, con un niño sometido a la facilidad de adquirir instrumentos electrónicos (incluso por vías no lícitas, como en la película) que lo ponen en contacto inmediato tanto con las redes sociales como con la industria de producción de contenidos, que no siempre les son propios. Paralelo a ello, los niños viven su propia realidad familiar que, con mucha frecuencia, transcurre en el desapego o el conflicto. Tal es el caso de Aminata o Amy (Fathia Youssouf), nuestra protagonista, hermosa niña de apenas once años, quien debe soportar la docilidad materna, aceptadora en la práctica de una situación matrimonial que rechaza sentimental y moralmente. Amy se hace amiga de Angélica (Médina El Aidi-Azouni), quien también vive su propio drama familiar; el twerk, baile de contorsiones, es el aglutinante principal de la amistad de las dos chicas. (Al margen: niñas de once años resultan ser unas actrices de primerísima calidad. Sin duda que allí está la mano genial de una formidable directora, que nos debe deparar muchas buenas sorpresas en lo que sigue.)

Amy no tiene muy claros sus patrones morales; puede robar y hacer trampas sin pensar en consecuencias. La rigidez del culto religioso a la que es sometida no disuade sus audacias. Necesita notoriedad y está dispuesta a ganarla a cualquier precio. Aprender a bailar es el boleto de entrada a un grupo que le es parcialmente esquivo. Que su audacia la convierta en líder del baile es la licencia de vida para enfrentar la opresión religiosa y familiar. Sartre afirmó que el hombre, condenado a ser libre, lleva todo el peso del mundo sobre sus espaldas. Amy, sin haber leído a Sartre, pronto lo comprobará con la libertad que arrebata de su entorno opresivo.

Pero debo volver a las acusaciones de incitación a la pedofilia. Por cierto, la palabra pedofilia se nombra en una escena de la película que, para mí, es una de las menos pedofílicas que haya visto. Un vigilante toma una niña del brazo y le exige localizar a su mamá para reportar su conducta. ¿Qué pedófilo exige contacto con los padres de un niño? Finalmente, ante la actitud ambigua de un compañero decide dejar las cosas como están.

Las tomas de las niñas en actitud "provocativa" han sido otro de los elementos que los acusadores han blandido, cual martillo de juez dando veredicto. Vuelvo a poner la palabra entre comillas, pero ahora sí las explico. El adjetivo lleva una fuerte carga subjetiva. Si califico algo de provocativo estoy exponiendo una actitud personal. No olvidemos que Amy piensa que la actitud correcta es mostrarse: se le ha cuestionado el tamaño de su culo, bastante alejado del modelo Kardashian, que tanto admira. Si Internet ha sido el vehículo de las Kardashian, ¿por qué ella misma no puede usarlo? Las supuestas tomas provocativas son -desde un punto de vista no estricto, cinematográficamente hablando- tomas subjetivas. Reflejan el punto de vista que Amy, el personaje, quiere comunicar en su búsqueda de notoriedad. Pero no hay que olvidar que si a uno le provoca, es uno el que está viendo.

Otro detalle interesante es la actitud del primo Samba cuando Amy le sugiere que es capaz de prostituirse. Su reacción es violenta, pero contra el acto de venta. No lo tolera y agrede a la niña por ello. Podríamos, si no comprendemos los matices, cuestionar la agresión, pero nunca pensar que estamos ante alguien que se convertiría en pedófilo.

Por último, en esta misma línea, que jueces y público desaprueben el baile produce en Amy una epifanía, que es un momento cinematográfico cumbre, un resumen de reflexión adulta instantánea, que la va a conducir dolorosamente al amor. Comprenderá después de eso, ante la actitud de su madre, que hay estructuras sociales que no se derrumban de un día para otro. Pero, por sobre todo, comprenderá que aún le queda tiempo para disfrutar de la vida de niña, que su propia ilusión vana le había negado. El final, poco comentado, es de una belleza plástica sobrecogedora: la niña, como niña, se eleva a unas alturas impensadas para ella. Un derroche de belleza cinematográfica sin igual.