Que un imbécil de más de cuarenta años de edad confiese sentir náuseas al ver a sus padres en la saludable y reconfortante práctica del cunnilingus, no es más que la constatación del triunfo social y religioso contra Eros. Admitiendo la postura de Octavio Paz, según la cual la metáfora sexual, a través de sus infinitas variaciones, dice siempre reproducción; la metáfora erótica, indiferente a la perpetuación de la vida, pone entre paréntesis a la reproducción, entonces es claro que, una vez agotada la posibilidad reproductiva, el ejercicio del sexo va adquiriendo niveles cada vez mayores de reprobación, a medida que la vejez va ocupando su natural espacio.
(Escribo vejez con sus cinco letras. Me resisto a dejarme ganar por los eufemismos tipo tercera edad o, peor todavía, juventud prolongada. La corrección política ha deformado el lenguaje a extremos harto idiotizantes. Por lo demás, no es la primera vez que me manifiesto en este sentido; al respecto remito a La vejez: algunas visiones cinematográficas y La vida empieza hoy, Laura Mañá.)
La vejez produce muchas limitaciones, tantas que no ha faltado quien haya querido asimilar este estado de la vida a una segunda infancia. Pero esta, como tantas otras visiones de alcance limitado, olvida que el viejo dispone de dos cosas de las que no dispone el niño: (a) recuerdos y (b) voluntad basada en la experiencia. Mientras haya un gramo de lucidez en la conciencia del individuo, ambas características son entes constitutivos de personalidad, exigentes de un espacio de respeto, que no siempre ha sido fácil ganar.
The leisure seeker, cuya traducción literal es El buscador de ocio, es una película de 2017, dirigida por Paolo Virzi. He visto de ella por lo menos dos títulos en español: El viaje de sus vidas y Nuestra última aventura, que es como se titula en la plataforma Netflix, donde está disponible. No deja de ser interesante el hecho de que su estructura narrativa es la de una road movie, una película de carretera, género difícil de asociar a la vejez; allí comienza su atrevimiento y es dónde se genera su interés principal, más allá de todas las críticas que la presentan como una película en extremo previsible en su línea argumental.
Para sustentar su propuesta con la mayor veracidad posible, Virzi la apoya en dos gigantes de la actuación: Helen Mirren y Donald Sutherland en los papeles de Ella y John, dos viejos que, al igual que los personajes de Laura Mañá, deciden que la vida empieza hoy y no es justo que el viejo home car arrumado en el garaje -ese que muchas veces acompañó aquellas aventuras juveniles y de madurez- termine sus días, como ellos, en la monotonía de un obligado encierro.
A partir de esta decisión, tomada a lo Propercio (en las cosas grandes, el solo acometerlas honra), inician un viaje sin retorno en el que, sin pedir permiso, le ganan a la vida la intensidad que le negaría la rutina, porque esta última -fatalmente- les conducirá a idéntico resultado. Volvamos a Octavio Paz: El significado de la metáfora erótica es ambiguo. Mejor dicho: es plural. Dice muchas cosas, todas distintas, pero en todas ellas aparecen dos palabras: placer y muerte.
Nacemos para morir: lo interesante de la vida es lo que dejamos entre los dos extremos de este intervalo. El nacimiento se asocia a la alegría, la muerte al dolor; cada uno niega al otro. Nos hemos empeñado en concebir la vida como una curva acampanada, cuya primera parte creciente corresponde a la alegría y a Eros, mientras que la segunda -en bajada- al dolor y Tanatos. Ella y John hicieron lo posible para no permitir que, en sus últimas horas, Tanatos ganara la preponderancia que, hasta por imposición social, se espera que tenga. La voluntad también es algo que la propia vida -en tanto vida- nos da permiso para ejercer.
A partir de esta decisión, tomada a lo Propercio (en las cosas grandes, el solo acometerlas honra), inician un viaje sin retorno en el que, sin pedir permiso, le ganan a la vida la intensidad que le negaría la rutina, porque esta última -fatalmente- les conducirá a idéntico resultado. Volvamos a Octavio Paz: El significado de la metáfora erótica es ambiguo. Mejor dicho: es plural. Dice muchas cosas, todas distintas, pero en todas ellas aparecen dos palabras: placer y muerte.
Nacemos para morir: lo interesante de la vida es lo que dejamos entre los dos extremos de este intervalo. El nacimiento se asocia a la alegría, la muerte al dolor; cada uno niega al otro. Nos hemos empeñado en concebir la vida como una curva acampanada, cuya primera parte creciente corresponde a la alegría y a Eros, mientras que la segunda -en bajada- al dolor y Tanatos. Ella y John hicieron lo posible para no permitir que, en sus últimas horas, Tanatos ganara la preponderancia que, hasta por imposición social, se espera que tenga. La voluntad también es algo que la propia vida -en tanto vida- nos da permiso para ejercer.