La mitología nórdica -tan cara a Jorge Luis Borges- sustenta su universo divino sobre dioses o seres mitológicos con apariencia esencialmente humana. Posiblemente algunos cuernos o alas nieguen lo rotundo de la afirmación pero, más allá de las desproporciones que nos muestra un espectro que va desde trolles (gigantes) hasta elfos (enanos), lo humano es la marca distintiva de todos estos seres. No sucede igual en el mundo de lo grecorromano, puesto que seres biformes como el centauro o el fauno, disuelven lo humano en una morfología bastante híbrida. (No menciono la multiformidad de Pegaso, pues carece justo de lo humano.)
Y es exactamente esa aparente escasez de recursos lo que produce la sorprendente paradoja que sirve de sustento argumental a la película. Porque, para poder hacer entender su premisa fílmica, Johánson se obligó a recurrir a su experiencia holliwoodense en el manejo de efectos especiales (Oblivion, 2013; Rogue One: Una historia de Star Wars, 2016; La guerra del mañana, 2021.) creando un ser mitológico que, como pasa con toda mitología, viene a cumplir un deseo o necesidad humana que parece lejana, si no imposible.
A María (Noomi Rapace) e Ingvar (Hilmir Snær Guðnason) los desuela el no tener hijos, producto de una pérdida cuya razón está vedada al espectador; tan solo una cruz da memoria de ello. Al lado de su dolorosa infertilidad, las ovejas que cuidan y les sirven de sustento disfrutan de una fiesta reproductiva casi permanente. Uno de estos partos, de resultado inesperado, ilumina en María la solución a su estado de desolación y, cual Eva en el Paraíso, convence a su Adán (Ingvar) de comer la fruta que -contrario a sus predecesores- aún no saben que está vedada.
Comienza así una vertiginosa historia de amor parental regida por el absurdo y el horror, de la que los únicos asombrados testigos son el perro y el gato de la familia, presencias constantes e inquietas en toda la película: parecieran oprimidos por el mensaje que no pueden hacer llegar a sus dueños. Pero los padres, embriagados del amor satisfecho, están demasiado ciegos para ver el horror del espectador y de sus domésticos compañeros. Tan ciegos que María decide destrozar, por la vía más violenta posible, el aviso con el que la Naturaleza le expone su disparate.
Justo en el momento en que María apela a la violencia extrema, llega una inesperada -pero también aparente- solución fílmica con el arribo de Pétur (Björn Hlynur Haraldsson), hermano tarambana de Ingvar, de quien llegamos a sospechar una antigua relación sentimental con la propia María. Pétur comprende la insensatez en la que han caído su hermano y su deseada cuñada, pero también entiende las razones de ambos para sucumbir a la inconsciencia. Por eso, aunque lo intenta, no alcanza a realizar la propia acción que María, sin querer, le mostró. Su frustrado intento da paso a la demostración de una ternura no menos incoherente que la de sus parientes.
La película se desenlaza de la misma absurda manera. De nuevo la mitología parece decirle a María que la Naturaleza siempre va a ser más fuerte que la voluntad de dominio del Hombre, y que sus actos contra ella en algún momento reciben el debido cobro. La soledad de María -y su consiguiente desolación- es ahora absoluta y total.
Estamos ante un producto fílmico deslumbrante: tanto Valdimar Jóhannsson como Noomi Rapace han sido premiados por su trabajo en distintos festivales. Pero todavía le queda camino por recorrer y no faltarán reconocimientos posteriores. Los comentarios que pueden leerse de ella hablan de espectadores atolondrados por la presencia de lo inexplicable. Lo cierto es que todo el que la ve queda tocado de alguna manera, nunca indiferente.