El siglo pasado coronó un proceso secular que incubaba una revelación profunda: el científico es un libre creador de modelos. La pauta la dieron los griegos con Euclides a la cabeza. Aun cuando Euclides creía que la geometría y la aritmética contenidas en sus trece libros eran una representación del universo conocido y que, en consecuencia, su justificación podría venir de una confrontación con tal realidad, el geómetra mayor se empeñó en fundamentar todas sus afirmaciones a partir de nociones, definiciones y postulados básicos que excluyeran la experiencia, pero que permitieran obtener conclusiones coincidentes con dicha experiencia sólo a partir del establecimiento de conexiones lógicas entre estos postulados. Una pequeña duda del propio Euclides alrededor de uno de estos postulados (el quinto) generó siglos de búsquedas e intentos de solución que culminaron en los trabajos de Lobatchevski, Gauss y Bolyai que pusieron al descubierto las geometrías no euclidianas.

La aparición de las geometrías no euclidianas fue apenas un capítulo de una extraordinaria revisión que vivió la matemática en el siglo pasado, revisión aguzada por las paradojas que el infinito incorporó a la teoría de conjuntos introducida por Georg Cantor y que condujo además a profundas polémicas acerca de los fundamentos de la matemática y el papel de la intuición en la labor de los matemáticos.
La principal víctima de tal revolución (más que revisión) fue la concepción de la ciencia como un espejo de una realidad supuestamente objetiva, como un mero sistema de interpretación impuesto al hombre desde fuera de sí. J. W. Navin Sullivan lo expresa de manera magistral: “El matemático es totalmente libre, dentro de los límites de su imaginación, para construir el mundo que le plazca. Lo que haya de imaginar es un asunto de su propio capricho; no por ello estará descubriendo los principios fundamentales del Universo ni entrará en relación con las ideas de Dios”.

Ante el rasgamiento de las vestiduras de los infaltables plañideros de filiación escolástica contestó desafiante: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Navin Sullivan, por su parte, lleva esta posición a un punto que, a pesar de su extremismo, mantiene intacta su belleza: “[...La matemática] ayuda a mostrarnos hasta qué punto lo que existe depende de la manera en que nosotros existimos. Somos los promulgadores de las leyes del Universo. Incluso es posible que sólo podamos experimentar lo que hemos creado, y nuestra mayor creación matemática es el mismo Universo material”.
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