(Píldoras de ciencia)
Cine-mática (así, con el guion separador) es un título que se compone de dos intenciones que animan mi espíritu: por un lado, el gusto por el cine; por el otro, el disfrute de la matemática que, en años recientes, se ha orientado hacia su historia. Pudiera separarlas pero tienen sus puntos de enlace que me gustaría explorar en algún momento, sin tener que dar explicaciones adicionales. En todo caso, con ellas no corro riesgo de ser acusado de bigamia si las disfruto simultáneamente.
lunes, 7 de diciembre de 2020
EL CÁLCULO AUTOMÁTICO
domingo, 20 de septiembre de 2020
"MIGNONNES" O "CUTIES" O "GUAPIS": EL PODER DE LA DEMOCRACIA IRREFLEXIVA
Pequeña aclaratoria de introducción: No suelo preocuparme por eso que llaman spoiler: no creo que nadie me vaya a contar una película mejor que las imágenes que filmó el director. Pero hay quienes lo detestan. (Me imagino que estas personas no verán películas clásicas, cuyo argumento es harto conocido; tampoco leerán novelas clásicas.) Para una película como ésta, rodeada de actos externos a ella, no conseguí otra manera de comentarla que haciendo algo de spoiler. Lo aclaro para que nadie diga que le agüé la fiesta. Pero los espero después, eso sí.
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Web es palabra inglesa que a nuestro idioma se traduce como telaraña. De manera que World Wide Web (WWW) no es otra cosa que "la telaraña alrededor del mundo". Como fenómeno masivo y mundial, la web ha sido potenciadora de la democracia, en tanto facilita a cualquier ciudadano que disponga de ella a exponer su pensamiento a audiencias extensas, solo con la suscripción (gratuita, por lo demás... aunque solo en apariencia) a cualquiera de esas conglomeraciones electrónicas que han recibido el nombre genérico de redes sociales.
En principio, tal avance democrático tiene que despertar simpatía. Pero, puesto que la contradicción es inherente a lo humano, ciertas conductas generadas a partir de las mismas libertades ganadas, ponen sobre la mesa la frase de Borges según la cual la democracia no es otra cosa que un abuso de la estadística. Preguntemos por ejemplo, ¿qué es un influencer? Algo como el apellido Kardashian, digamos; una fuente inagotable y profunda de vacío absoluto, una entrada larga y sostenida hacia la nada, un oxímoron de hondura superficial, apoyado -eso sí- sobre mucha exhibición glútea, aparente ventilación pública de la vida personal y millones de likes, me gusta, corazones y similares, convertidos, por influjo de la dinámica generada por las propias redes, en el verdadero objetivo de cualquier nota colocada en ellas. (Que en el caso Kardashian significa montones y montones de dinero.) No todo influencer puede reducirse a esta descripción, claro está, pero que buena cantidad de ellos la representen con altísimos números de sintonía, indica la perversión de un sistema que genera y generaliza estándares de conducta.
domingo, 28 de junio de 2020
SALÓ DE PASOLINI: ACERCA DE UNA METÁFORA ESCATOLÓGICA
La narración es un símil de las consecuencias que sobre la libertad humana produce la falta de límites del poder. He allí la razón por la que el cineasta italiano añadió al título original del novelista francés, la alusión a la fallida República Social Italiana o Saló, intento nazi–fascista de recuperar una Italia ya casi totalmente bajo el dominio aliado en la segunda guerra mundial. El ambiente del film es justamente esa fallida república, recurso fílmico intachable para traer al siglo XX la sensación de protección e impunidad, que en el XVIII diera a los libertinos el castillo de Silling, ambiente de la novela, propiedad de uno de los cuatro pervertidos. Como escribe el propio marqués: “...habían elegido un retiro apartado y solitario, como si el silencio, el alejamiento y la tranquilidad fueran los poderosos vehículos del libertinaje, y como si todo lo que imprime mediante estas cualidades un terror religioso a los sentidos debiera evidentemente conferir a la lujuria un atractivo más.”
Donde Sade nos presenta a los libertinos como un aristócrata y su hermano obispo, a quienes se unen un banquero y un juez, no mejores que ellos en calidad humana, Pasolini los transfigura en el Duque, el Obispo, el Presidente y el Magistrado. Los actores Paolo Bonaccelli, Giorgio Cataldi, Aldo Valetti y Umberto Paolo Quintavalle nos trasmiten íntegra toda la repulsión, que el director italiano quiere ganar en nosotros como espectadores hacia los respectivos personajes. Si la gestualidad no fuera suficiente para ello, los diálogos refuerzan el efecto esperado. En alusión a las diferencias sociales, el Presidente afirma: “Sin esa diferencia la felicidad no podría existir… ninguna voluptuosidad adula más a los sentidos que el privilegio social.” Por esta razón, los cuatro depravados hacen uso de todo su poder para invitar o secuestrar –según el caso– una amplia cohorte de personajes que harán coro a su infame ceremonia como propiciadores o víctimas. La fiesta de la ignominia comienza, pero tiene sus reglas… que obligan a todos, menos a los propiciadores, por supuesto. “Todo es bueno cuando es excesivo”, es la máxima que, como patrón propio de conducta, enuncia uno de ellos.
En Pasolini cohabitaban tres contradicciones que, aun cuando históricamente hayan buscado zonas de contacto, parecen inconcebibles sin sus brechas: Pasolini era comunista, católico y homosexual. Cabalgar de tal manera sobre la ola de la contradicción solo podía significar una vida atormentada, y su asesinato en extrañas circunstancias, poco después de la filmación de Saló, dio pie a todo tipo de especulaciones. En cualquier caso, su credo comunista, su concepción de la miseria y la pobreza como males derivados de las relaciones económicas, sociales y políticas penetra su filmografía, de maneras muy evidentes. La sociedad de consumo cala en las conciencias hasta el punto de hacer reos a sus portadores. Mas lo grave del caso es que los presidiarios aceptan su condena y la defienden como ganancia de vida. En los tiempos que corren la actividad de las redes sociales –y la idiotez derivada de su iconografía, que produce lectores incapaces de digerir más de 280 caracteres– no parecieran desmentir este postulado pasoliniano.
Saló es una película chocante. Lo es a propósito. Pasolini no quiere complacer a nadie. Nunca fue hombre de medias tintas, ni con amigos ni con adversarios. Podemos estar seguros de que le traían sin cuidado los numerosos espectadores de la película que abandonaron la sala a media proyección. Los previó con seguridad. El director, poeta, ensayista, quiere mostrar sus demonios tal como los vive. Uno de esos demonios es la libertad arrebatada al ciudadano común –al pobre, al miserable– por el poder. El poder que no solo tiene la capacidad de sojuzgar al hombre –brutal o sutilmente, no importa– sino que además puede reducirlo a ser el cómplice de su propio sometimiento. Así, los jóvenes que en algún momento aguantaron sus intestinos hasta más no poder, para producir de la peor forma lo que ellos y sus compañeros ingerirían posteriormente, observan al final del film un festín de sangre con tal indiferencia que deciden bailar al ritmo de una música tranquilizante.
El punto más alto del envilecimiento de la libertad por el poder es esta aceptación sumisa y casi alegre. El mismo Pasolini lo retrata en un ensayo de caracterización del nuevo fascismo: “El retrato robot del rostro aún anónimo de este nuevo Poder muestra vagos rasgos ‘modernos’ a causa de su tolerancia y de una ideología hedonista perfectamente autosuficiente. Sin embargo, también posee rasgos feroces y sustancialmente represivos. La tolerancia es una ficción: ninguna persona ha tenido nunca que ser tan normal y conformista como el consumidor. Y en cuanto al hedonismo, es evidente que oculta la ambición de dirigirlo todo con una crueldad nunca antes conocida. De modo que, debido a un ‘cambio’ de la clase dominante, este nuevo Poder que aún nadie representa es, en realidad –por utilizar la vieja terminología–, una forma ‘total’ de fascismo. Pero este Poder también ha ‘homogeneizado’ culturalmente toda Italia: se trata, pues, de una homogeneización represiva, aunque se haya producido a través de la imposición del hedonismo y de la joie de vivre. La estrategia de la tensión es una señal anacrónica de todo esto.”
El Hombre puede ser restringido de muchas formas posibles, pero mientras haya un espacio en el que pueda mantener su dignidad, no estará reprimido del todo, o mejor, sigue siendo un hombre libre a pesar de sus restricciones. Pasolini muestra que también la mierda sirve de metáfora. La metáfora de la libertad perdida totalmente... cuando se arrebata hasta la dignidad.
miércoles, 10 de junio de 2020
LA MATEMÁTICA COMO PRETEXTO CINEMATOGRÁFICO
La divulgación matemática se mueve en una corriente de doble valoración pública. Mientras una tendencia sacralizadora le aleja de los “mortales comunes” y desmotiva su lectura, posiblemente esa misma sacralización sea la responsable de éxitos editoriales como El hombre que calculaba, cuyos acertijos llevan década tras década maravillando a antiguos y nuevos adeptos. Los años recientes presencian un surgimiento de la curiosidad matemática que ha dado éxito a buena cantidad de nuevos títulos como El diablo de los números, El tío Petros y la conjetura de Goldbach, El teorema del loro, Crímenes imperceptibles, entre muchos otros. Los temas ya se están haciendo algo repetitivos, pero a fuerza de numerosos todavía dan ocasión para ser convertidos en argumentos.
Si se comienza por la literatura es inevitable (así lo quiso el siglo XX) terminar en el cine. (¿Alguien me puede nombrar una obra clásica que no haya sido explorada –con mayor o menor éxito, no importa– para su exposición en celuloide?) Pero dado que toda película plantea un conflicto y los conflictos involucran a seres humanos (o humanizados, también), son entonces las diferencias de carácter la esencia de cualquier línea argumental. El estereotipo quiere para el científico adjetivos como desabrido, taciturno, insustancial, rutinario, anodino, insulso. ¿Cómo obtener de esos adjetivos sustancia para el conflicto? Se podrían ensayar varias fórmulas. Una de ellas es el mentís, la enérgica desvalorización del estereotipo, el contraejemplo vital que contradiga expectativas masivas. Otra posibilidad es su admisión, junto a la constatación de que la variedad humana no siempre acepta pasivamente las diferencias y eso es una fuente de conflicto.
¿Sería una consideración como ésta la que llevó a Sam Peckinpah en 1971 a poner como protagonista de Los perros de paja al matemático David Summer, representado brillantemente por el aun joven Dustin Hoffman? Cierto que la personalidad de Summer se adapta en algo al estereotipo: profundamente intelectual, algo distraído, reconcentrado en su investigación, con poco interés sexual hacia su voluptuosa y provocativa esposa Amy (Susan George). Es una personalidad ideal para el enfrentamiento que quiere el director entre un hombre algo taciturno y un ambiente social cargado de una atávica, profunda, temible y aletargada violencia. Pero el propio Peckinpah deja bien claro que la taciturnia no es sinónima de cobardía, y que quien fuera hasta algún momento insulso prójimo puede responder a la violencia con una fuerza interior insospechada, cargada de responsabilidad moral y personal. Cuarenta años después Rod Lurie (director de Nothing but the truth, una interesante película en la que Venezuela juega un papel de cierta importancia) dirigió un lamentable remake con el mismo nombre que la obra de Peckinpah. El Summer de Lurie es un guionista de cine; no es solo este cambio de detalle lo que hace su película una mala copia, pero con él podría ilustrarse una diferencia entre directores en cuanto respecta al tino en la selección de los personajes, sus caracteres y motivaciones.
Los hermanos Chudnovsky (David, 1947 y Gregory, 1952) son dos matemáticos rusos residentes en los Estados Unidos, que han dedicado buena parte de sus esfuerzos científicos a la búsqueda de patrones en la expansión decimal de π, una estructura en la que la mayoría de los matemáticos muestran aquiescencia respecto a su aleatoriedad pura. Para eso han batido récords calculando los decimales de este famoso número irracional hasta billones de ellos, con computadoras construídas ad hoc. El esfuerzo de Maximilian Cohen guarda cierto paralelismo con el de estos matemáticos reales, al punto de que el personaje ha construido su propia supercomputadora y recibe para esa construcción un costoso y complejo procesador, del grupo económico al que interesa la investigación de Cohen. Los diálogos matemáticos de la cinta de Aronofsky van sobre un tema muy usado en el mundillo de la divulgación: los números de Fibonacci y la espiral áurea, pero no hay en ella ninguna alusión al trabajo de los Chudnovsky; faltaría saber si las coincidencias corresponden a la casualidad que algunas películas alegan al final de los créditos. En Pi, orden en el caos no vemos tal alegato.
La lista es larga y las motivaciones también. Hago una selección harto limitada, basada en mi experiencia (por supuesto) y casi que en mis gustos. El casi arropa a lo que estoy dejando por fuera por consideraciones de espacio tipográfico. Si el lector guglea (me atrevo con mi neologismo porque la Academia va siendo laxa con el asunto) encontrará buena cantidad de referencias, cuya consulta mostrará cruces y diferencias. No me he ocupado ni siquiera de las más taquilleras u oscarizadas como Una mente brillante, La teoría de todo, El código Enigma o El hombre que conoció el infinito. Lo bueno es que cada una da para tener un artículo propio por sus valores cinematográficos y, adicionalmente, científicos.
Lo cierto es que la matemática como tema artístico tiene más éxito en el cine que en la literatura. El papel intimida: no causa la misma impresión una fórmula fija en el papel que un pizarrón lleno de fórmulas, que estará ante la vista por escasos segundos. Debe ser un asunto de compromiso, pero eso no es importante. Sí lo es el que la matemática, tan llena de imaginación a pesar de la corriente de pensamiento que la supone cuadriculada, incite la imaginación de los productores de imágenes, esos que están dispuestos a mentirnos para que disfrutemos por la aceptación de sus mentiras.
miércoles, 25 de marzo de 2020
LA PESTE, EL ADIVINO Y EL CUBO
No son nuevas las epidemias entre nosotros. Pero siempre que se presentan, la oración o la devoción religiosa es un recurso manido para hacerles frente. La ciencia ha logrado disminuir el porcentaje de adoradores que aparecen como producto de sus indeseadas visitas, pero aún las invocaciones se hacen presentes. El texto que sigue describe uno de estos casos durante la peste que asoló a Atenas en el siglo V a. C.
Para la época, el dios Apolo era el dios más cotizado, en tanto su oráculo oficiaba en el altar con forma cúbica que se erigió en su homenaje en la isla de Delos. Al oráculo de Delos asistían todos lo que, pudiendo pagar la costosa consulta, tenían dudas sobre su futuro. No obstante, por fuerza mayor, la consulta tenía ahora un sentido más gregario: ¿cuándo terminaría la peste? Apolo comunicó por medio del oráculo que, como todo dios que se respete, necesitaba una satisfacción pública para detener el mal colectivo y la planteó en términos muy sencillos: quería un altar que, manteniendo la forma del original, duplicara su volumen... la voracidad de espacio es también común a los dioses.
De inmediato se ordenó a los constructores levantar un altar que tuviera el doble del lado del altar original, y así se hizo. Pero la peste no cesó. Y la razón es muy sencilla: no se cumplieron las instrucciones: un altar cúbico de lado doble multiplica por ocho el volumen, no lo duplica. Las órdenes de los dioses se obedecen correctamente. Se intentó otra solución: encima de un cubo idéntico al original se erigió otro cubo también idéntico. Sin duda que esta vez el volumen era doble, pero ya la edificación no era un cubo, sino un vulgar paralelepípedo irregular. La peste continuó... esta vez, naturalmente, se llevó a los obreros de las construcciones quienes, por supuesto, tenían mucho contacto entre sí.
La propuesta de Menecmo para la solución de la duplicación del cubo apelaba a un artificio aritmético que se conoce como razón continua y a partir del cual aparecen la hipérbola y la parábola; la de Arquitas usaba tres formas tridimensionales: un cilindro, un cono y un toro. (No crean que estamos hablando de un animal con cachos; en geometría, un toro es simplemente la figura que se le da a las donas... o donuts, si te gusta más peiper meit que papermate.) La intersección de esas tres formas produce las mismas curvas de Menecmo.
Ambas propuestas resolvían el problema, pero a costa de alejarse de la deseada construcción con regla y compás. A regañadientes hubo que admitir en la casa a las nuevas intrusas, no sin antes hacer una separación de clase: las originales y bien recibidas se llamarían planas, las recién llegadas serían sólidas o estereométricas. Para irritar más a los puristas, años después Nicomedes desarrollaría un artefacto con el que construirá una curva, a la que se llamó concoide y con la cual se podía realizar la construcción deseada. Al margen, los otros dos grandes problemas de los griegos: la trisección del ángulo y la cuadratura del círculo, también recibieron solución mediante curvas construidas con aparatos ad hoc. Esas curvas se bautizaron como curvas mecánicas.
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Los constructores de leyendas no suelen detenerse en las inconsistencias de sus invenciones. Posiblemente confían en que el tiempo borra las propias diferencias que crea. Hoy, para muchos, Pitágoras es contemporáneo de Arquímedes, a pesar de los tres siglos que los separan. Quizás dentro de mil años algunos llegarán a pensar que Betancourt y Páez (o Kennedy y Lincoln) pudieran haberse carteado o, mejor, se comunicaban por correo electrónico o Facebook. A la velocidad con la que las redes sociales han ido expandiendo la idiotez, es posible que haga falta muchos años menos. La peste de Atenas sucedió en el 430 a. C., durante la guerra del Peloponeso, ese mismo año nació Arquitas, 50 años después Menecmo. La peste llegó, terminó y regresó durante tres ocasiones hata el 426. Después de todo seguía sus propias curvas, esas que tienen un punto cúspide a partir de cual merman su efecto.
Difícilmente los atenienses hubieran podido comprender aquello de Quédate en casa. Guerreros y no guerreros estarían muy ocupados rogando la piedad de Apolo, unos en el campo de batalla, otros en el templo. Atenas perdió la guerra pero, a la vista del espectáculo de las piras funerarias de las víctimas de la peste, Esparta se negó a sitiar la ciudad.
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La ilustración inicial es el cuadro La Peste de Atenas de Michiel Sweerts, c. 1652–1654.
jueves, 6 de febrero de 2020
OSCAR 2020: MISFAVORITAS
El próximo domingo 09/02 vuelve el fasto de los Oscars. Pongo a continuación la lista de las nominadas, aclarando que el orden en que las escribo define tajantemente mi favoritismo:
1917
Joker (Guasón)
Historia de un matrimonio
Érase una vez en Hollywood
El irlandés
Parásitos
Mujercitas
Jojo Rabbit
Ford vs. Ferrari