domingo, 28 de marzo de 2021

"EL PADRE" ("THE FATHER") DE FLORIAN ZELLER

 
¿Qué otra cosa es el tiempo, sino los recuerdos? Hasta el frío tiempo de la física -ese que por aspirar a magnitud no es más que un número- de nada serviría si no deja constancia de lo que queremos o necesitamos recordar en dos momentos dados. Por eso, el tiempo es la invención humana más familiar en la experiencia y más difícil en la vivencia. Agustín de Hipona, decía saber qué es, en tanto no le preguntaran, pero desconocerlo apenas apareciera la interrogación. En Agustín, el tiempo es una certeza que, como el gato de Schrödinger, está viva y muerta a la vez.

La vida humana está hecha fundamentalmente de los recuerdos. Son los recuerdos los que le dan sentido a la experiencia y a la propia organización vital de la persona. Son ellos los que marcan el paso del tiempo: son las huellas de la existencia. Si perdemos los recuerdos, perdemos el Tiempo... con mayúsculas porque es su entidad lo que se nos extravía. Y la pérdida del Tiempo es una pérdida esencial, porque el Tiempo es humano y no existe si no existen seres que lo registren. Hasta ahora, el único ser que conocemos que hace registro o tiene conciencia del tiempo es el Hombre. Por eso, perder el Tiempo es perder la Humanidad.

En una escena de El padre (The father) de Florian Zeller, Anthony (Anthony Hopkins) le dice a su hija Anne (Olivia Colman), mirando un reloj de muñeca que había denunciado como robado minutos atrás: "Son las cinco, por si te interesa. A mí me interesa". El reloj -ese instrumento con el que Bergman nos turba incesamente en Gritos y susurros y en Fresas salvajes, como una alegoría de la finitud de la vida- se transforma en este film del francés Zeller en una metáfora de la desgracia de Anthony. Él mismo lo oculta, solo para luego sentir que ha sido víctima de un robo, del yerno o de la cuidadora, no importa. Lo importante es que siente perder su contacto con el Tiempo, ese contacto que la demencia senil le va arrebatando tan poco a poco como rotundamente.

Zeller se las arregló para convertir su propia obra teatral en ópera prima cinematográfica, pero manteniendo buena parte de su teatralidad, con una puesta en escena que exige del espectador una gran dosis de atención, para no ser víctima, como Anthony, de la desorientación que producen las transposiciones de decorado. El guion (impecable) se hila de la misma manera y no resulta fácil desentrañar sus claves, como no le resulta fácil a Anthony, en sus momentos de lucidez introspectiva, aceptar la desgracia que deshace su historia vital (su biografía) en fragmentos inconexos de tiempo, espacio, circunstancia y personas. Es una propuesta estética, de carácter onírico o existencialista, con la que el novel director gana para el espectador la conciencia (o falta de ella) del protagonista.

Hopkins y Colman llenan la pantalla de una manera deslumbrante. Sus diálogos transitan el dolor, la incertidumbre, la esperanza, la inconformidad y el ruego por la integridad personal. El resto del reparto (no muy extenso) está bastante a la altura, pero la presencia de estos dos gigantes produce chispas en el cerebro del espectador.

En fin, vale la pena que no se la pierdan. Está sonando mucho para los Óscares, pero ha sido algo desplazada en esta temporada de premios. Hopkins pudiera ser, en los momentos actuales, víctima de una situación emocional externa a él, que impide un adecuado reconocimiento a su inmensa labor.

Con premios o no, podríamos estar en presencia de un clásico.

3 comentarios:

  1. Esta mañana leí y comenté que me recordó un escrito de Julio Cortázar: instrucciones para darle cuerda a un reloj, porque ese problema del tiempo también me inquieta y desconcierta. Recordé ahora "Embriagaos" de Baudelaire.

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    1. Imáginate: te recordó a Cortázar. ¡Qué bueno! Me siento honrado. Y ya que el tiempo te inquieta (como a mí) te voy a proponer que leas la entrada "Cashback de Sean Ellis", en este mismo blog, en octubre de 2009.

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